Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 69 CONTESTACION A LA ANTERIOR Domingo 22. Amigo mío: De las dos cuestiones propuestas por Usted tan fácil es responder a la primera, como difícil absolver la segunda. Aunque es mucho lo que se ha escrito en todos los tiempos y principalmente en los de ilustración sobre es– ta materia, confieso a Usted que nada me satisface. Muchas veces mi es– píritu casi descarriado, necesita humillarse ante el trono del Altísimo, para no incidir en algún grave error. Yo me sujeto en mi creencia a lo que la iglesia tiene declarado, y no quiero exponer mi salud eterna por investiga– ciones, y sutilezas de las que sin duda me arrepentiré al tiempo de morir. Con todo diré algo de lo que he meditado. Dejemos antes concluída la primera parte de la carta. Piensa usted que un hombTe guardando la ley natural, y lo que el Evangelio enseña sobre la fe y las obras, aunque se separase del resto de la iglesia en lo tocante al culto eterno no sería criminal a los ojos de Dios. Es decir que una oveja sin pastor viviría segura en medio de los montes: que cada uno podía ser para sí altar, sacerdote y víctima: que el catolicis– mo, ese mutuo enlace de todos los miembros bajo 'de una cabeza, no es preciso paTa la salud: que pueden haber tantas formas de amar y servir a Dios como individuos tiene el cristianismo. Esto es erróneo, herético y jus– tamente reprobado; examinemos las razones. Siendo tan limitado el hombre en sus facultades, continuamente equi– voca lo justo con lo injusto, lo verdadero con lo falso, lo impío con lo pia– doso. Necesita que se le enseñe, que se le conduzca, que se le auxilie pa– ra evitar los precipicios. Este es empleo de los ministros eclesiásticos cons– tituídos por J esu Cristo. La iglesia es una ciudad puesta sobre un monte, donde son públicos y manifiestos todos los actos que se practican. Fue– ron los apóstoles y sus sucesores la luz del mundo. Ella fija el camino se– guro, y separa de las sendas de perdición. Si el culto fuese secreto, la li– bertad de practicarlo debía ser común al sabio y al ignorante, al virtuoso, Y al que se hallaba sepultado en los vicios. Vamos: desapareció el culto: no he dicho bastante: el poco que quedaría sería un compuesto de las más groseras y risíbles supersticiones. Si aun velando los prelados sobre los que se practica, continuamente tienen que corregir y reprobar, ¿qué sería si estuviesen impedidos de examinar lo que se ejecutaba en lo interioT de las casas? De mil, novecientos cincuenta olvidarían a Dios; cuarenta le darían un culto ofensivo, más que agradable, y apenas los diez arreglarían sus oraciones en verdadera piedad.

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