Los ideólogos: Hipólito Unanue

HIPOLITO UNANUE 11 longa unos vasos y reúne otros, para iigurar, aumenta r y conso· lidar el cuerpo, dup licada su celeridad por cualquier causa ve· queña, es capaz de arruinarlo en todo o en parte. De este prin· cipio emanan las sigilaciones tan frecuentes en el embr ión, debi– das a la fuerza de la fantasía de la madre . Al desamparar el niño sus entrañas, aunque más vigorizado que en los meses anterio– res, le quedan aun muchas partes del sistema huesoso, que no teniendo la sol idez correspondiente, están expuestas a que una impresión un poco activa las haga salta r de sus propios si tios y va riar de figura y dirección. Mutaciones que, no pudiendo veri– ficarse sin a lterar la distribución de vasos y ner vios, p roducirán en el resto de la vida consecuencias notables y una transforma– ción física que admire. Tal es Ja que hace hoy el asombro de nuestra ciudad, no acostumbrada a ver los efectos de la raquitis, y que vamos a referir. Juana Ceñudo nació en el pueblo de Pativilca, el año de 73, sin iesión alguna. A los nueve meses, estando echada en una cama, saltó sobre ella una galli na, y moviendo con el estrépito y encuentro de las alas una cortina en que se apoyaba, la preci– pitó. Desde este ins tan te comenzó a irse desligurando su cuerpo, y no crecer en proporción. Luego que amaneció en ella la expre– sión del sentimiento, anunció los crueles dolores que sufría en todas las coyunturas de su cuerpo, observándose que é tos crecían con los aspectos de la luna. Al año séptimo le acometieron las viruelas, que soportó con felicidad, si es que puede llamarse ta l el tránsito de una enfermedad que sólo cesa para que continúe o tra de mayores angustias. En estos días ha sido conducida a esta capital, a fin ae que sirva de asombro al pueblo, de ejercicio a Ja piedad y de ma teria a las reflexiones del filósofo. Con el méto– do que éste acos tumbra, expondremos Jo que observamos en ella antes de ayer, día en que la reconocimos. S!TUAC!ON GENERAL DE SU CUERPO.- Estaba reclinada so– bre el lado derecho de una cama de vara y media de largo, de la que sólo ocupaba la mitad . Los muslos doblados hacia el pecho, uno sob re otro. Las piernas seguían su ilexión para a trás hasta el medio de Ja espinilla, en donde una torcedu ra invierte el p ie, presentando el talón por delante, el empeine y plan ta por a trás. Los brazos seguían paralelos hacia el esternón o centro del pecho, hasta el codo. De aquí empieza el an tebrazo a formar un arco, cuya convexidad sobresale por la parte interna y superior de él. La muñeca y mano tenían una postura regular.

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