Los ideólogos: Hipólito Unanue

IIIPOL!TO UNANUE 21 dieron baxo de los ojos de una atenta especulacion. Es cierto, que el dolor calmaba en los instantes próximos á la aplica– ción; pero recurria con una violencia, que obligaba á suspender la tuna, y reponer el célebre linimento de Boerhaave (18) . Debe– remos con todo decir, que se necesita de mayor número de ten– tativas para pronunciar una condenacion absoluta. Tal es el diseño de las enfermedades que han ocurrido en el Otoño y el Invierno, en que aparece una exácta conformidad entre el resultado, y el vaticinio. No deberemos dila tar la pluma en pon– derar los saludables efectos de nuestras precauciones. Facilmente se comprehende, que si la sequedad de los nervios en unos, la corrupcion de los humores en otros originaban las dolencias enun– ciadas, seria excelente, y proficuo un régimen que humedecía á los primeros, disolvía y precipitaba suavemente á los segundos. Al ménos asi lo experimentaron quantos quisieron seguir nuestros consejos. Para completar y perfeccionar la descripcion que vamos ha– ciendo, era indispensable añadirle una serie de historias particula– res, en que exponiendo por menos el curso y síntomas de la epi– demia, notasemos igualmente el metodo de su curacion, las horas oportunas, y hasta sus mínimos efectos. Menudencias utilísimas en Ja práctica Médica: pero aun no podemos descender á análisis tan circunstanciado. Los Discursos meramente facultati vos no siempre puede presentarse adornados de los arreos del deleyte y el entusiasmo; y mucho ménos la doctrina clínica, que siendo la historia de la parte mas grave y las timosa de nuestras miserias, ofrece un fondo melancólico y sombrío incapaz de ocultarse por mas que se varíen sobre él los hermosos coloridos de Ja luz. .B mas diestro pincel solo podría formar un retrato que imitase á los cúmulos en que yacen las cenizas de la zagala amorosa. Caéla pas tor se llega, esparce sobre él su puñadito de flores, quema sus a romas, y fixa su verde ramo. El peregrino al mirar de lexos aquella halagueña perspectiva, se acerca atraido del candor de Ja azucena, de Ja fragancia del nardo, del verdor amable de la oli– va; pero apenas repara que baxo de aquel aparato se ocultan los fúnebres despojos de la muerte, quando se horroriza, vuelan de su 1maginacion las gracias y el encanto, y huye precipitado. * (18) Matcr Medie. Sctc. 890. núm. 2.

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