Los ideólogos: Hipólito Unanue

838 JORGE ARIAS·SCHREIBER PEZET trico donde se cruzan el Ecuador y Meridiano, el cómputo de las latitudes y longitudes de toda la esfera! Por la exposición que se acaba de hacer, se percibe con clari– dad que las rentas del Estado no podrán seguir soportando los gastos, si no se ensanchan sus límites; condición sin la cual la agricultura no puede repararse, laborearse las minas, ni abrirse los cauces del comercio. Esta época no está distante; porque si he– mos sufrido los mismos desastres físicos y morales que nuestros hermanos del o tro lado del Ecuador, justo es que alcancemos la paz que ya ellos gozan. Expuesto el estado de la Hacienda pública, era de necesidad indicar los medios que podrían servir para suplir su déficit. Se ha ejecutado en otras secciones que se publicarán a su tiempo. Los principales han consistido en donativos, empréstitos, moneda pro– visional, contribuciones. El Congreso constituyente ha reunido en sí el poder ejecutivo, comisionando para su desempeño a tres de sus individuos; deter– minación que se acerca bien al sostén de la libertad. Más en las circunstancias que nos rodean, las facultades delegadas deben ser amplísimas en todo lo que mira a la guerra. Ningún pueblo fué más celoso de su independencia que el de la antigua Roma. Nada po– dían hacer los cónsules sin los votos del pueblo o el Senado; y, no obstante, cuando la patria peligraba, se les entregaba el cuida– do entero de su seguridad y el de disponer de los medios que con– ducían a ella . La capital tiene destruída su agricultura, el enemigo no dista mucho al Oriente, y cualquiera fuerza naval que se sitúe a Occi– dente, son irremediables la escasez, Ja miseria y la despoblación. Es de suma necesidad impedir semejante calamidad y no hay otro arbitrio que hacer marchar cuanto antes nuestros valientes bata– llones que arden por batirse. Falta dinero y algunos hombres que reemplacen las bajas. La serenidad con que se divierte el pueblo, hace creer a algunos que es por indolencia y falta de amor a su país; pero puede ser el es– píritu de los espartanos, que hacían lo mismo en los mayores pe– ligros . Decidle que ha llegado la hora de avanzar, y les veréis correr a las armas con el valor y severidad de éstos . El dinero es el que más urge; porque aún los hombres sin él de nada sirven. No quiero valerme de la máxima de Napoleón, de que los empréstitos habían arruinado a la Francia y vivificádola los impuestos. Empero un Gobierno naciente, antes de empeñarse,

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