Los ideólogos: Hipólito Unanue

846 JORGE ARIAS·SCHRE IBER PEZET mejantes, y proh ibieron por lo tanto el estudio de las úl timas o pretendiendo encubrir sus designios dictaron uno más infausto e:ue la ignorancia misma. Siendo el espíritu humano la ob ra más noble y bella de la creación y sus acciones y pasiones más inmedia tas, como que cons– tan por sen tido íntimo, el estudio que de él se hace es menos one– roso, y recompensado con documen tos todavía más primorosos y admirables. Es una maravilla considerar cómo un hombre lleva <.:n su mente el retrato del universo y el regis tro de sus anales: los medios por los cuales se pone en comunicación con los obje– tos externos y los que emplea para cerciorarse de su realidad : la profundidad de sus inquisiciones abstractas que le conducen a in– ventos pasmosos por su certeza, generalidad y d is tancia a los al– cances de la inteiigencia común: el valor y realce que dá su fanta– sía a los objetos, y la especie de creación que produce cuando los abul ta, transforma y combina hasta un punto que toca muchas veces en la imposibilidad : la exaltación de sus afectos provocados por agentes positivos o por sus mismas ficciones: su sensibilidad a !o verdacero, lo bueno y lo bello: las artes de imitación, en cu– yos productos estampa a l vivo los tipos de la na turaleza o de su imaginación: las leyes de la justicia derivadas de Ja razón: el sen– timiento moral que le exhorta a su observa ncia, y le echa en cara la infracción : el amor del placer, del poder y la alabanza vencien– do aquí sin embargo las barreras más sagradas, y sacrificando las niás caras relaciones, y la virtud, la beneficencia, y la generosidad triunfando allí del vicio y del egoísmo: el sentimiento religioso m:ls o menos alterado, pero en la substancia uno y universal que le lleva a la adoración del ser supremo: el modo prodigioso con que comunica a los demás, por la palabra, las verdades, afectos y sentimientos que a él Je ocupan, y los trasmi te por la escri tura a Ja más remota posteridad con la misma puntualidad y energía. La contemplación de estas afecciones y facultades las rectifica y perfecciona, y aún es el único modo de perfeccionarlas, previo el reconocimiento de la naturaleza corpórea. E l filósofo las medita y dá las reglas de su acertado manejo : el orador, el poeta, el polí– tico, e le., ponen esas reglas en ejercicio . Esta masa de luces y ha– bilidades existe colectivamente en todo el género humano e indi– vidua lmente en nadie : su adquisición comple ta es imposible, más sin su par ticipación no hay nada ú til ni laudable . Así, cada nación, cada hombre, debe apropiarse de ellas cuanto pueda, si consulta su beneficio, y la dignidad de su ser .

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