Los ideólogos: Hipólito Unanue

HIPOLITO UNANUE 847 En cuanto al Perú, es constante que una de las atenciones in– teriores de la autoridad pública más urgentes, luego que sea dado contraerse a ellas es promover la instrucción . Quince años de gue– rca entre pasiva y activa que se han sufrido, ya sirviendo, forzada– mente a la opresión, ya volviendo las armas contra ella, han pues– to los establecimientos literarios en tal extenuación que, como en una larga penuria estamos a punto de hallarnos para lo venidero sin el grano de la enseñanza. Y si las cosechas anteriores aún no bastaban para suplir las necesidades coloniales, ¿con qué socorros contaremos para el gasto que nos espera, constituídos en el rol de las naciones? El daño no para en el corto número de literatos que nos quedan, y la merma que padecen las luces que trascien– den de ellos a los demás: sino en las habitudes que deja la gue– rra, así en el soldado que la hace, como en el funcionario que la promueve y el público que la costea, tan opuestos al ejercicio de la razón y el convencimíento, cuanto que siendo creada la guerra para contrarrestar a l que no escucha la razón y el convencimien– to, el temor de la prepotencia enemiga induce a no empicar seme– jante lenguaje ni aún con los propios, y al modo de un torbelli– no violento lo envuelve todo y lo atropella. Es por lo tanto incon– siguiente así mismo el que concienta en la guerra, y quiera que se conserven ilesos los derechos del ciudadano: incompatibilidad provechosa para que una nación jamás contra iga tales empeños, sino en casos extremados, y un insigne ejemplo más de que los dictámenes de la justicia van siempre acordes con los del propio interés bien consultados. Pero volviendo al propósito, es sobre todo una verdad, que ni la ejecución de la forma de gobierno adoptada por la constitu– ción política del país, ni su estabilidad son verificables sin una copia de hombres inteligentes, principa lmente en las ciencias eco– nómicas, morales y políticas, y sin que una parle muy considera– ble de los individuos del estado llano posea un grado de cul tura que los ponga en aptitud de pensar con acierto por sí mismos, de hablar el lenguaje de la persuación, y de gozar un título efectivo, a más del que les concede la ley, para el desempeño de las fun– ciones a que son llamados . Todos los ciudadanos eligen, y muchos son casi directamente elegibles para cargos altos y delicados, que exigen conocimientos no pequeños de las cosas y de los hombres, y una virilidad y en– tereza poco conciliables con la imbecilidad del entendimiento. Y ¿qué será de un hombre en tales coyunturas, desasistido de esas

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