Los ideólogos: Hipólito Unanue

HIPOLITÓ UNANUE 853 venenosos que nos despedacen? La amistad, la compasión, los vínculos de la sangre deben cesar cuando se trata de la salud de la patria. ¿Volveremos para que la libertad de imprenta se cónvierta en el instrumento de los odios y venganzas particulares y nos hagan ridículos con sus sandeces ante las demás naciones? No puede haber sociedad bien ordenada, cuando el hombre no sepa respe– tar a los hombres, y cuando no se respete a sí mismo en los de: m{1s. El sagrado derecho de la imprenta libre es velar, cual otro can Cerbero, en guarda de la ley, contener al magistrado en sus límites, 'J reclamar el orden contra los vicios públicos que turban Ja sociedad. La libertad de imprenta protege los derechos indivi– duales del ciudadano, más no asesina la reputación de su vida pri– vada. ¿Volveremos a Lima, y volveremos a gastar el tiempo en frí– volas discusiones, cuando sólo debe tratarse de la gran causa del día?. Hodo objeto es inútil cuando no se refiere a este mismo principio. ¿Volveremos a ver multiplicados los ministerios, las oficinas volas discusiones, cuando sólo debe tratarse de la gran causa del día? Todo objeto es inútil cuando no se refiere a este mismo prin– c ipio . ¿Volveremos a ver multiplicados Jos ministerios, las oficinas y tribunales para sostener la ociosidad de los aspirantes y com– plicar la máquina del Estado?. La administración pública es tanto más feliz cuanto es más sencilla, y cuanto está más al alcance del pueblo, que en los tiempos de paz es el juez único de las opera– ciones de los gobiernos. ¡Qué cúmulo de reflexiones tan útiles y necesarias no presen· tarán estas ideas y otras muchas que podían hacerse del mismo carácter para cimentar sobre sólidas bases la felicidad de los pue– blos! Las lecciones que suministra la experiencia deben estar per– petuamente grabadas en sus pechos. Si los representantes del pueblo hubiesen tenido presentes los males que se siguieron con la división de los poderes militar y político, que resultó de las circunstancias en e l sitio del Callao entre el general Sucre y el presidente Riva Agüero, no hubieran vuelto a dividir últimamente (1) es tos mismos poderes entre el libertador de Colombia y el in– significante Tagle, y se hubieran de esta manera ahorrado mu– chos días de luto a la patria. Consideraciones de gran peso obli– garon al congreso a adoptar entonces esta medida; pero debían

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