Los ideólogos: Hipólito Unanue

HIPOLITO UNANUE 855 hace guerra al fanatismo y a la intolerancia política; y sus enemi– gos son el crimen y el error voluntario. Tal es el carácter del verdadero republicano, siempre igual a sí mismo, siempre obedien– te a la ley; y así llega a rectificar por grados aquel espíritu público tan necesario, que animando a los miembros todos de una socie– dad numerosa, es la innagotable fuente de los bienes de la repú– blica. Cuán distante se mira de este retrato el patriota exaltado, que agitado del intolerante espíritu del partido no hiere sino en los estremos, y remata de ordinario en la más fatal anarquía. Ambos se presentan bajo un mismo ropaje, ambos invocan la patria, ambos la aman; pero aquél le dá un nuevo aliento con sus cuidados, y éste la ahoga con sus fuertes abrazos a l tiempo mismo que trata de acariciarla, y distan tanto entre sí, cuanto dista el fanatismo del verdadero espíritu del Evangelio. Las falsas ideas que se tenían de las virtudes en el gentilis– mo, que divinizaba los vicios más execrables, sirvieron de base a las antiguas repúblicas de Grecia y Roma, para que se elevasen el más alto grado de esplendor y de gloria. La religión de Jesu– cristo ha cambiado la faz del mundo, ha dado su verdadero valor a las virtudes cívicas, y ha demarcado los vicios. Los Brutos y los Manlios no son ya necesarios para cimentar la suerte de las repú– blicas, y el mismo Catón moderaría su estoica rigidez si volviese a nacer. Las luces del día no exigen estos esfuerzos extraordina– rios del gen io, tan superiores a la naturaleza del hombre, y en los poderes bien deslindados hacen estribar el orden de las repúbli– c::is; pero el buen ciudadano respeta estas barreras, que él mismo ha levantado para su propia defensa, y ve a su sombra refluir del centro de la prosperidad común de los pueblos, la prosperidad doméstica en el seno de sus familias. Dichoso el día en que la América toda, ufana con tales ciudadanos, pueda verse unánime· mente reunida sin las fatales y ridículas distinciones de localidad y de patria para trazar los grandes planes que deben elevarla al supremo grado de riqueza y poder. ¡Ojalá que antes de bajar a las sombrías mansiones de la muerte pueda yo ver este sublime espec– t~culo, mayor sin duda de cuantos han visto hasta ahora la Euro– pa antigua y moderna! ¡Tiempo, acelera tu marcha, acelera el pro– greso de Ja razón y filantropía: celebra ese en el apoteosis de la humanidad hasta ahora oprimida, y coloca ese en el medio del atrio la espada de BOLIVAR, como prenda de nuestra seguridad, para q"Mle sobre ellos los representantes del pueblo juren el fiel desempeño de sus funciones, y odio perpetuo a la tiranía! •

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