Los ideólogos: Hipólito Unanue

858 JORGE ARIAS-SCHREIBER PEZET Los extremos de una libertad mal entendida lindan siempre con la licencia, la anarquía se sigue, y sobre sus escombros, se levanta otra vez su trono el despotismo . La historia de las nacio– nes está llena de estas verdades: Roma de la cumbre de la libertad c3yó en la más degradante esclavitud bajo Ja tiranía de los Césa– res; y la Francia que horrorizó a la na turaleza misma por llegar a ser libre, no satisfecha en el día con haber vuelto a doblar la cerviz al yugo antiguo, prodiga su sangre para buscar compañeros de su infamia, y se declara la protectora de los déspotas europeos para esclavizar a la España. No es el pueblo una porción de hombres agavillados, no es un cuerpo particular ni ciudad alguna por sepa rado . A la sociedad entera, a la masa general de los hombres reunidos, pertenece ta!1 sólo este nombre respetable; y en élla sóla reside la autoridad legítima y suprema: pero así como es necesaria esta reunión uni– versal para que sus deliberaciones tengan fuerza de ley, es tam· bién imposible en un vasto Estado; y vence esta dificultad el rueblo eligiendo entre su mismo seno a los representantes, órga– nos de su voluntad, para que juntos, y a su nombre dicten las leyes, deslinden los a tributos de los poderes, establezcan Ja forma de gobierno y nombren por tiempo determinado el magistrado supremo en cuyas manos se deposita la suma general de la fuerza. Siendo esto así, ¿cómo podrá usurpar derechos tan sacrosan~os una fracción cualquiera de ciudadanos? ¿No serán estos unos "!'er· turbadores del orden, dignos de la execración pública y del casti– go ? ¿No serán injustos agresores de los derechos de sus conciu– dadanos? ¿No serán unos verdaderos liberticidas? Si la Francia en los días de su espantosa revolución, en medio ciel tumulto y de la fermentación general hubiese podido distin· guir la ínmensa distancia que había entre el pueblo francés y los furibundos jacobinos, que a nombre de la nación querían, a gritos, asesina tos y estragos, no hubieran manchado su historia con Tos execrables rasgos de ferocidad que aún llora y llorará mucho tiem– po. Los malvados encubren siempre bajo de nombre los más respetables sus pérfidos fines; y has ta en ésto suele ser desgra– ciada la virtud, que su augusto ropaje sirve para ocul tar al vicio y al crimen más detes table. La soberanía residía en la masa general de los hombres que se reunieron en sociedad, desnudándose de una parte de su liber– tad para conservar intacta la otra ; mas desde el instante que acepta el pacto social queda súbdita de la ley que ella misma se

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