Los ideólogos: Hipólito Unanue

860 JORGE ARIAS·SCHREIBER PEZET el abuso del poder a la nación en el congreso, y le garantiza la libertad del pensamiento en la imprenta. ¿Qué teme el pueblo que ve afianzada de esta manera su liber– tad y sus derechos? ¿Qué teme? ¿Si está a su arbitrio elegir de su mismo seno, ciudadanos que lo representen, ciudadanos in térpre– tes de su voluntad, para que citen las leyes y velen para su cum– plimiento? ¿No se cambian sus diputados cada bienio? ¿No vuel– ven después de este corto tiempo a mezclarse de nuevo en la clase del pueblo, para experimentar el vituperio o la alabanza, según como hubiesen desempeñado el honroso y pesado cargo que les confió la nación ? ¿Qué teme el pueblo? ¿Si tiene siempre abierto el derecho de clamar contra las vejaciones de los agentes del gobierno en el santuario augusto de las leyes? ¿Qué tme? ¿Si el Senado conser– vador, este cuerpo intermedio es el garante de la seguridad indivi– dual de los ciudadanos, y enfrenta al poder en sus límites, distri– buye los cargos y vela sin cesar por la integridad de las leyes? Mas entre todas las garantías que presenta una constitución li beral a los ciudadanos, ninguna tiene más extensión, ni más fuer– za, que la libertad de imprenta. Carecieron de este auxilio tan poderoso, las antiguas repúblicas de Grecia y Roma, y por esto se hicieron tan comunes y necesarias en éllas las asambleas popu· lares: pero estas mismas, siempre funestas al orden público, fueron la causa de su ruina; y Tiberio, ese monstruo de la tiranía, pretex– tó la turbulencia de los comicios, para extinguirlos del todo y esclavizar más a su a rbitrio la pa tria de los Brutos y los Catones. La libertad de la imprenta no es tan sólo un derecho, pero sí una fuerza efectiva en las manos del ciudadano. Ella fij a la opinión pública y domina esa soberana del mundo que sostiene y destruye los imperios. Ella coloca en el trono a la justicia y a la razón, protege a la ley, y la defiende de los insultos de los malvados. De– lante de élla tiembla el magistrado, el vicio inútilmente se ocul ta y triunfa al fin Ja virt ud. ¡Dichoso el país donde esta a rma tan poderosa conserva siempre su fuerza ! ¡Ciudadanos! la espada que se usa intempestivamente y con demasiada frecuencia, pierde al tin su punta y se embotan sus filos: así la impren ta libre se hace Gel todo ineficaz si incautamente se prostituye. Conservemos su d•gnidad, conservemos este rico tesoro, él es el garante de la liber– tad de los pueblos. 1r

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx