Los ideólogos: Hipólito Unanue

862 JORGE ARIAS-SCHREIBER PEZET terna, los destinos más altos de la nación, para que recayese sin distinción sobre cualquiera su regio beneplácito . Los demás nom– bramientos eran una sagrada y absoluta regalía del monarca, que con la mera añadidura de la palabra "constitucional" se le figu– raba con las manos ligadas para el desacierto y la injusticia. En vano los pueblos se devanan los sesos, para buscar por este método un pedacito de su intervención o voluntad en el nom– bramiento de sus respectivos gobiernos. La pequeña parte que pusieron se disipó, tal vez, en los rodeos constitucionales de la mul– tiplicación de elecciones; y si algo alcanzaron a llevar los diputa– dos que se presentaban en las cortes, ésta desaparecía del todo en la inmensa preponderancia de la representación española. Así que, nuestra lánguida voz quedaba ahogada en el congreso mismo: el consejo de estado ya no la percibía; al Rey o a sus ministros nada le importaba. Sin embargo de esta completa nulidad a que en medio de tantas promesas nos tenían condenados. ¡Cuánto han compadecido unos, y criminado otros nuestra ceguedad o ingra– titud a los imponderables bienes, que con tanta salva de fraterni– ch.d y de igualdades nos ofreció la gran carta? Pero hoy, perua– nos, con cuanta envidia deberán contemplar nuestra suerte aque– llos mismos, que afectaban lastimarse de nuestra necedad en resis– tir un bien de que se creían tan seguros. Ellos le perdieron acaso para siempre, y nosotros empezamos a disfrutarle a la sombra de aquel déspota, a quien han fulminado tan groseras y asquerosas calumnias, y de cuya ferocidad nos reputaba víctimas desgracia– das. Si: un dictador es un déspota; pero un dictador llamado a serlo por sus virtudes sociales y su total consagración a la liber– tad de los pueblos, es un padre. No nos asustemos con las voces. Dichosos los estados, que en el trastorno general de su orden pú– blico, lleguen a merecer un genio extraordinario, en quien pueda reunirse sin peligro lo ilimitado del poder con la liberalidad de los principios. A esta combinación feliz de elementos, al parecer tan encon– trados, que ha debido llamarse con propiedad la cuadratura del círculo político, reservada al genio extraordinario de Bolívar, deben hoy los pueblos de los departamentos libres la inapreciable regalía de elegir por sí sus gobernantes: primera aspiración de nuestro noble orgullo, imperioso clamor de la naturaleza, derecho el más sagrado de la eminente dignidad, en que quiso colocar al hombre el autor soberano de su ser. Elegir uno mismo al que ha de gober– narle tanto vale como gobernarse así mismo . Y ¿qué le falta al

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