Los ideólogos: Hipólito Unanue

HIPOLITO UNANUE 863 que a sí propio se gobierna para llegar al sumum de esa indepen– dencia y libertad, a que se han dirigido nuestros afanes y desve– los? Si : este es el dulce fruto de tantas amarguras, este es el ines– t:mable precio de nuestros sacrificios . Ahora sí que con toda verdad puede decirse, que ya seremos dueños de nuestra suerte y nuestros desti nos. No lo será ya un militar altivo, que acostumbrado a descargar el palo sobre el infe– liz y abatido soldado, a tropella sin discernimiento la j usticia y estimación del honrado ciudadano. No lo será un leguleyo cabi– loso, que ejercitado en oscurecer con fórmulas los más claros derechos, sujete a demandas y juicios lucra tivos las peticiones más sencillas del miserab le labrador, la viuda o el pupilo. No lo será el vicioso y holgazán parásito de los palacios, que para cos– tear la protección y apoyo de sus extorsiones ha calculado sobre la sustancia de los pueblos. No lo será, en fin, el estúpido, el ju– gador, el inmoral, que nunca hacen otro uso de la au toridad, que el necesario para contenta r sus caprichos o alimentar c;us críme– nes. Un buen gobernante basta por sí sólo para hacer la felicidad de su pa tria; y libre ésta para elegirle entre los ciudadanos de más n;érito, sabrá buscar Ja virtud, el talento, el desinterés, la activi– dad, y un estudio infatigable de eso que tanto se repite y tan escasamente se conoce; bien público, utilidad común, pro-comunal. Qué espectáculo tan delicioso presenta un país, cuya suerte no está lastimosamente entregada al rapaz, al ambicioso, al intri– gante, sino al digno ciudadano que a todo atiende, menos a sí mismo, y que sólo se reputa feliz cuando nada ha omi tido porque lo sean los demás; que gime día y noche bajo el enorme peso del gobierno, menos por una delicadeza sensual que se resicnre del trabajo, que por el ama rgo sobresalto de dejar tal vez algún vacío reprensible en el lleno de sus deberes; que no se alimen ta de la pompa, de la adulación, del boato, sino de la gratitud y ben– diciones de los que hallaron en sus manos la justicia, el consuelo y la beneficencia; que camina tranquilo, sin más escolta que la de su conciencia inocente, seguro de oír a ninguna hora las maldicio· nes del agraviado, ni temer en la noche las acechanzas del venga– tivo. Venturoso país el que nombrando él mismo su primer ma– gistrado a nadie tiene que imputar sus desgracias, pero sí, mucho q11e agradecer y bendecir al brazo fuerte, noble y generoso que le hizo gustar por la primera vez el ejercicio más dulce y ventajoso de su libertad.

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