Los ideólogos: Hipólito Unanue

864 JORGE ARIAS·SCHREIBER PEZET En esto se ha empleado peruanos vuestros sacrificios; a ésto sólo han servido esas cuantiosas exacciones, que acaso alguna vez han hecho vacilar el patriotismo. No han sido para engro– sar la fortuna de hombres entusiasmados por la libertad de sus semejantes, y que pródigos de su sangre y de sus propias vidas no han debido mirarse, sin una contradicción tan pueril cuanto monstruosa, como anciosos de las propiedades ajenas . Ellas han peleado hasta poner en vuestras manos vuestra suerte: ¿y no es ésto ser libre? ¿Y puede esta liber tad decirse nunca muy cos– tosa? Enmudezca, pues, la osada maledicencia a vista de la religio– sidad jamás imaginada con que el primero de los libertadores va llenando has ta aquí sus solemnes comprometimientos con los pueblos. Si ellos abusan de esta libertad, comprada a tanto precio para sumirse de nuevo en un abismo de desgracias, maldigan su ineptitud o sus viciosas habitudes, pero, dejando salva la gloria de Bolívar. ¡Pueblos; y abusaremos! esta es la gran cuestión que debe estremecernos si no hemos olvidado las lecciones de la historia y nuestras propias experiencias. Desgraciada condición por cierto Ja del linaje humano . Una parte de él ha trabajado en todo el tiempo por hacer feliz la sociedad por medio de leyes y estable– cimientos sabios que afiancen el imperio de la virtud y el méritn; mientras que la otra parte se fatiga en minar las mejores institu– ciones y sacar de ellas mismas un partido en favor de las pasiones y los vicios. Así lo hemos visto suceder con las elecciones popu– lares, puertas sagradas para entrar en las magistraturas de los gobiernos representativos, pero falseadas tantas veces por la in– triga, o abiertas atrevidamente por la fuerza, para colocarse los malvados o inep tos en los cargos más respetables del estado. Si : ellas son para las aspiraciones orgullosas del ambicioso un campo de cosecha, igual al que ofrecen a las especulaciones m·aras del comerciante las necesidades de la patria: viniendo a su– ceder por lo común, que este ejercicio, sin duda el más augusto de la soberanía nacional, se vea dirigido por hombres atrevidos, egoístas, intrigantes, que asaltando los votos de los ciudadanos con solicitaciones impertinentes o con sugestiones hipócritas, com– prometen su libertad y el éxito feliz de unas operaciones tan sa– gradas. No qu isiéramos acordarnos, o mejor diremos, no quisié– ramos hubiesen existido tantas maniobras indecentes, que se han hecho descaradamente a nuestra vista, desde que fueron por pri-

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