Los ideólogos: Hipólito Unanue

HIPOLITO UNANUE! 865 mera vez convocados los pueblos a elecciones, cuyos permc10sos resultados llorará la patria mientras no los olvide, y seguirán gra– vitando sobre ella aún cuando pierda su memoria. "Alerta, pues, Peruanos, con las negociaciones de los aspi– rantes cuando se acerque la religiosa ceremonia de elegir los go– biernos y los representantes de los pueblos. Sed muy cautos con los que, afectando intereses y celo público, se brindan a dirigir vuestros sufragios sin que hayáis vosotros mendigado sus con– sejos. Mirad como un insulto a vuestra libertad o vuestras luces esas listas de nombres, tal vez desconocidos, con que se quiera sorprendernos y en que, a la sombra de algunos ciudadanos bene– méritos, se ingieren otros, que ocupados sólo de su fortuna propia esrán dispuestos a sacrificarle, como lastimosamente Jo hemos visto, los intereses más caros de la patria . El ciudadano honrado que se ve llamado por la ley a designar con su sufragio un funcio– nario público, busca las luces, si carece de ellas para conocerlo, en el hombre provecto, experimentado y virtuoso que ama Ja feli– cidad de su país, sabe los bienes que deben constituirla, y en el largo manejo de los hombres y de los negocios ha podido penetrar las aptitudes de sus conciudadanos. De otro modo, qué fácil e's alucinarse en el charlatán orgulloso, que en medio de la gente sencilla eructa máximas de estado, principios de política, planes de gobierno y reforma de abusos. No es menos de temerse aquel censor atrabiliario y descon– tentadizo, que todo lo encuentra defectuoso en el estado, y en la fastidiosa acrimonía con que lo analiza todo y lo reprueba, quiere disimuladamente se traduzca su celo devorante por el orden y su alma inavenible con la maldad y la justicia. Y cuantos no se en– gañan con aquel otro genio díscolo y a ltivo, que en su criminal desacato a las autoridades, quiere persuadir un noble orgullo y una firmeza incontrastable para defender , cuando convenga los dere– chos del pueblo. No es tampoco el hombre muy devoto, ni aquél que es conocido por un gran literato, los que puedan llenar preci– samente las delicadas funciones de la asamblea nacional o de la silla del gobierno. No está ligada la piedad a los conocimientos, ni éstos son inseparables de la honradez y la virtud . El hombre bueno odiará la maldad, pero con intención muy sana cometerá mií desaciertos: del mismo modo que el que es más ilustrado. no está por eso libre de ser desgraciadamen te corrompido. Y qué podrán servir, aún cuando felizmente se combinen, la probidad y la ciencia, si falta la moderacíón, la prudencia, una viveza mali-

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