Los ideólogos: Hipólito Unanue

lllPOLITO UNANUI! 875 Reuniendo este excelente Capitán la elegancia de la pluma a la fuerza de Ja espada, de la rara manera que, en los dilatados si– glos de los héroes, acaeció en Scipión, César y Napoleón, ha bos– quejado el Gobierno de mi tiempo con una grandeza y benevolen– cia dignas de él solo (2). No, no: no es ese el cuadro que me per te– nece; es sí, el de su gloria y política, de la cual ha querido que un destello cubra a su hechura. En verdad, este régimen afortunado, en el que a pesar de un sitio dispendioso de mar y tierra, con sólo los recursos de los departamentos de Lima, Junín y la Liber tad, se han cubier to gastos inmensos, sin gravar de contribuciones a Jos ciudadanos que, en el estrepitoso y continuo ruido del cañón del Callao, han vivido tranquilos en sus talleres y casas, es Ja obra del grande hombre que hizo que dominasen las leyes y que con su dirección y luces encaminó al Supremo Magistrado que había de <>plicarlas . (2) Cuartel general en el Pla ta, noviembre 25 de 1825.- Supongo que es ta carta encontrará a usted dueño del Callao, y que dirá usted al Congreso, o al general La-Mar: Entrego la República libre de enemigos, libre de fac· ciosos, libre de todas las calamidades públicas y domésticas: las leyes han mandado en lugar del Gobierno; Ja nación ha cumplido sus empeños, y ella ha recobrado su dignidad, mient ras la he servido Yo no veía esta nación cuando empecé la carrera pública, y ahora la presento íntegra, gloriosa, libre y pacífica; Jos enemigos la cubrían a l nacer con todo el peso de su poder y del mal, y al presente, ¡P~ruanos! Mirad, mirad y ningún español ofenderá vuestra vista. lOid! Y un solo eslabón de las cadenas no herirá vuestros oídos. ¡Reflexionad! Y contemplaréis que la disolución de los ma– les que desolaban vuestro país ha proc1'.icido los elementos del bien, la dicha o la esperanza de todos. Usted dirá verdad, después de haber concluido este discurso, y el Perú será justo si considera a usted entre sus primeros bienhechores.- Bolívar. non u11i11s diei grat11/atio11e111, sed aetemiratem, inmortalitatemque do– navit.- Cicerón . Sin recursos, sin expc1 iencia, en medio de la más desastrosa anarquía, ¿qué podríamos hacer, ni yo, ni el Consejo, ni todos los peruanos honrados? Nada: volver a la cruel esclavitud de los españoles era nuestro desgraciado destino . A este sólo, gran Capitán y Legislador, es a quien se le debe todo, y todo . La gratitud inmor tal a sus beneficios, a sus gloriosos sacrificios por nuestra libertad, por nuestra paz, por nuestra tranquilidad y por las excelentes bases sobre que va estableciendo la República, en nuestro deber, nuestra obligación y el a lto y honroso cargo que debemos cumplir con nuestros hijos, ahora y en las generaciones futuras .

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