Los ideólogos: Hipólito Unanue

HIPOLITO UNANUE 879 tria, sin que sus esclarecidas luces hayan podido ser ofuscadas por las arterias con que se pretende ultrajar el derecho de las nacio– nes, a pretexto de la autoridad del cielo. Decía un poeta, que nada importaban las leyes sin las costum– bres. Por eso no basta para formarlas en los jóvenes, el prohibir les medios que las corrompen; es además de suma necesidad fun– dar establecimientos donde se nutran con buena doctrina. Todos los que aquí antes existían, estaban enteramente sin ejercicio: la juventud dispersa y las rentas arruinadas. El Consejo procuró n :staurarlos, buscando los recursos más precisos en las necesida– des que por todas partes le rodeaban, y aún fundó otros nuevos que hacían mucha falta. Conforme a su objeto, se hallan en ejerci– cio en la capital dos escuelas numerosas de primeras letras, arre– glada su enseñanza al sistema de Lancaster . Existen otras subal– ternas, que ígualmente se han ido propagando por las provincias, para que conforme al artículo 184 de la Constitución, participen de esta indispensa@e enseñanza todas las clases de la sociedad. El arte de escribir, esencial a Ja generalidad, abraza el de Ja ta– quigrafía, que se circunscribe al servicio de los cuerpos represen– tativos, a fin de que el pensamiento del orador pase al papel con Ja velocidad con que lo presenta la expresión. Para iniciarlo en el Pc-rú, ha formado tres jóvenes el recomendable sacerdote doctor don Agustín Guillermo Charún. Se hallan bastante adelantados, y la práctica y ejercicio en las sesiones futuras del Congreso, harán que sus plumas sean tan veloces como las palabras que copian. Está obierta la hermosa Biblioteca para Ja ins trucción públi– ca y planificado un suntuoso Museo de latinidad. Los jóvenes que hubieren de seguir la carrera de las ciencias, tienen ya expeditos para cultivar Ja filosofía, teología y el derecho, el convictorio de Bolívar, el Seminario de Santo Toribio y el Colegio de Santo To– más e igualmente el de la Independencia para la medicina y ramos que le son anexos. El Gobierno colonial olvidó enteramente la educación de las niñas. La natural viveza y disposición de sus excelentes ingenios las sostenían en los concursos, cuando con mediana instrucción habrían rivalizado a las más provectas de Europa. El de la Patria ha mandado consagrarle, para que la obtengan, el Ginecio que hará honor a la capital, por la suntuosidad del edificio y por la luz cla– ra que ilustrará los preciosos talentos de las legisladoras de la so– ciedad doméstica, mad res y primeras maestras de los rectores y de– fensores de aquélla.

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