Los ideólogos: Hipólito Unanue

882 JORGE ARIAS-SCHREIBER PEZET acaban de imposibilitar el que puedan volver a su antigua pros– peridad. El Consej o de gobierno, siguiendo lo prevenido por el Congre– lso y por Su Excelencia el Liber tador, ha expedido algunos decre– tos a beneficio de los agrícolas; el principal y que ha merecido aceptación en las repúblicas, es la reducción de los censos del 3 al 2 por 100. No puede haber justicia para que los dueños de los fundos, a cuyo sudor, gastos y trabajo se debe su producción, sean los únicos que sufran los ingentes quebrantos de la guerra; y no los censuarios que, sin la actividad de aquéllos, nada percibirían, esterilizadas las haciendas por falta de cultivo . En las grandes de numerosa esclavatura, la sola libertad de par tos hace una pérdida anual para los propietarios, que deben también sufrir los censua– listas como condominios, o indemnizarlos el Es tado, si por una ra– ::a resolución quisiera mantener ios pr ivilegios de manos muertas, a costa de las activas y laboriosas. La escasez de mieses en Lima en el año úl timo, que la ocupa– ron los españoles, ha llegado a tal extremo, que no se encuentra trigo que poder sembrar; y es un deber del Gobierno hacer que Juego que pasen las aguas se transporten de los valles de abajo, y con la posible equidad, cuántas fanegas puedan adquirirse para distribuirlas entre los chacareros, y que hagan sus sementeras en el tiempo acostumbrado. Lo que la Naturaleza nos negó de tierras cultivables, nos reem– plazó con inmensas cordilleras atravesadas por todas partes de vetas minerales, y si el Perú en este género no es el más rico de la tierra, a ninguno cede en la abundancia y variedad de metales; so– bre todo, en los de oro y plata, que por su valor representa tivo, lorman el canj e general con todas las especies comerciales . De es– te principio se deducen tres consecuencias; primera, que siendo to– do el objeto de las especulaciones mercantiles, el que al fin termi– na en la adquisición del oro y de la pla ta , nues tros magníficos ruer tos han de ser frecuentados por naves extranjeras, que nos conduzcan todo lo más precioso de las otras tres par tes de la tic– rra para canjear con ellos; segunda, que la posesión que tiene el Estado de ricas e innumerables minas, le pone en situación de pa– gar las deudas que le ha originado la guerra; tercera, que explota– das ellas con más actividad y ciencia dé que has ta aquí se ha ob– servado, puede proporcionarse unas ren tas suficientes para cubrir sus gastos or dinarios, y quedar un sobran te para mejoras, y otros extraordinarios. El oro y la plata giran en moneda, que llevan los

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