Los ideólogos: Hipólito Unanue
HIPOLITO UNANUE 83 dad (34). Las cepas, las palmas, higueras etc., suplen profundizando !'US raíces, las demás diligencias que se necesitan para su riego. Así el labrador más activo no tiene que hacer otra cosa para lle– nar sus bodegas que escardar de cuando en cuando las pozas, aco– piar la cosecha y decir, la mayor parte del año, con el Pastor Títiro: Deus nobis haec otia fecit. 4. Como no sólo en la inmensa extensión de la zona ardiente, sino aún en sus pequeños recintos, se encuentra variedad de éstos y otros terrenos, es una falta de juicio y raciocin io querer caracte– rizar un país dilatado por lo que se observa en algunas de sus par– tes: tómese la observación en el sentido que se tome. Además que la altura a que se sostiene nuestra vegetación convence lo quimé– rico de aquella supuesta frialdad y la superabundancia de calor en el terreno. A los 9,585 pies de elevación sobre el nivel del mar no pueden vivir las plantas en los Alpes, cuando en los Andes vegetan todavía a los 14,697. Y es verdad lo que lo afirmé en otra obra, que nosotros tenemos huertos y campiñas tan amenas como las mejores de Europa en la primavera, a una altura inhabitable al hombre y a las plantas en esta parte del globo (35). A la altura en que el viejo de Ferney veía expirar Ja naturaleza en los Alpes (34) Próximo al puerto de Pisco está el valle de Hoyas, así nombrado porque sus muchas y excelentes viñas están plantadas en unas pozas, que formaron a mano los antiguos indios, separando y abriendo las arenas que cubren la costa; y como naturalmente se infiere, sus vinos son de un gus– to exquisito. De11sa magis Cereri, rarissima quaque Lyaeo. (Virg.) Los andenes o graderías formadas en las sierras para hacerlas cultiva– bles, y las hoyas de la costa, son unos monumentos que manifiestan la grande aplicación y pericia de los antiguos peruanos en la agricultura. (35) Mercur. Peruan., tomo IV, pág. 22 . Esto es muy conforme a las observaciones que cita Volney en su obra el clima de la América del orte, Tomo J, y a las nuestras, de las cuales se deduce que el calor en la zona tó– rrida suponiendo un té rmino medio, impregna la tierra con ua cantidad igual a 14? hasta una profundidad distante tantos pies de su superficie, cuantos dísta de ésta la línea de elevación en que e sostiene la vegetación en los Andes; y de que luego decrece en razón inversa de la latitud. De manera. que de la de 6()o en adelante, la tierra se reducina a carámbanos que se exten– derían hacia los trópicos, i para contrabalancear la acción del frío no su– cedieran estíos muy calurosos: de donde resultan variaciones atmosféricas tan destempladas, que lo~ moradores de aquellas regiones, es preciso digan a los del Ecuador: At vos prospexit v11lt11 11at11ra be11ig110 Felict!s terrae, queis blando mixta ca/ore Frigora, et aequali co11cessit tempora coelo. (Geoffr. Higiene.) En efecto: en la zona ecuatorial, la variación del termómetro en todo el
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