Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

78 MIGUEL MATICORENA ESTRADA da y compadece: se horroriza al ver tanta mortandad, y tal des– trozo. La humanidad se interesa, escuchadla benigno. No man– chen sus lágrimas los laureles: no se intern1mpan las aclamacio– nes del triunfo, por los lúgubres cánticos de la desolación; calme el furor, y el invencible brazo ocúpese en empresa más noble y de– corosa. El puerto de Roatan, en la costa de Honduras, envidia la libertad que logra Guantánamo: apresurad su alivio, y la recon– quista del uno sea feliz vaticinio, que asegure la gloriosa restau– ración del otro. [16] Así es. Todo se prepara con presteza; pero también con orden, y sin confusión. Tres mil hombres se aprontan; el acero homicida se previene: esos rayos inventados para la destrucción centellean. El soldado sólo se ocupa del daño que ha de sufrir el enemigo; pues en la amable serenidad que descubre en V. E. re– gistra el dichoso presagio del suceso. Esos planes de ejecución tan sabiamente meditados afianzan su esperanza: esos sagaces recur– sos contra los inesperados caprichos de la casualidad aquietan sus recelos, y por la memoria de las prosperidades pasadas augura las presentes. Las banderas tremolan, los caballos se alientan, el tambor anima, todo se atropella, nada se teme: sólo se desea y espera la pronta señal, que abrevie el golpe, y destine la marcha. Los designios de los enemigos se penetran. En ellos se observa la irresolución e incertidumbre, porque el nombre de V. E. ha esparcido el terror, y el espanto. Osados, y cobardes todo lo eli– gen, y todo lo reprueban; todo lo emprenden, y todo lo abando– nan: inconstantes, en nada se fijan. El oficial desmaya, el infe– rior tiembla, el uno no manda, ni el otro se sugeta. Partid, pues, intrépidos guerreros. La fama de vuestro jefe os precede, la vic– toria os sigue. Apresuraos, a sacrificar esas víctimas palpitantes del miedo, que hallaréis preparadas sobre las infames aras del vil desaliento. Pero fijad la valerosa planta: deteneos. No no des– cargueis el golpe destructor que todo lo consume. Los respeta– bles preceptos del monarca suspenden el triunfo: ordena que V. E. regrese a España, y con el grado de coronel del regimiento de Segundo, y brigadier de los reales ejércitos, premia y reco– mienda esa fiel justicia, con que V. E. corresponde a la venera– ble fianza de sus mayores, restituyéndoles por cada gota de san– gre que lo ilustra, mil brillantes laureles. [17] Porque en verdad, ¿qué esplendor no hace brillar en su noble ascendencia un ínclito, cuya vida es un giro perpetuo de

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