Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
JOSE BAQUIJANO Y CARRILLO 79 hazañas, heroicidades, y portentos? Puede decirse sin recelo, que la fortuna halagada de ver en V. E. tan fiel correspondencia, le aumenta y multiplica los lances y ocasiones en que muestre su es· fuerzo. La nación británica, distante de consumir su antiguo en· cono, lo recrece y renueva: sus antiguas pérdidas la humillan, no la aplacan: el golpe que la abate le hace tocar la tierra; pero el orgullo la resalta con los mismos furores. Si algún tiempo se ha mantenido en el respeto, es que esperaba a un nuevo soberano en nuestro solio, y en la mudanza de la escena, alguna variación en su fortuna. El espíritu de inquietud que perpetuamente la agita y la conmueve, le hace buscar aliados y auxiliares, donde los sa· grados enlaces de la naturaleza sólo debían mostrarle contrarios y enemigos. Los vínculos más estrechos se rompen y desatan: la fé se hace partidaria del error: la sangre se rebela contra la san– bre: Portugal se arma contra España. Guiada por las máximas de una errada política se persuade a que el medio seguro de evitar la opresión es forjarse cadenas, provocando al daño con los mismos conatos de evitarlo. Recela que las demás potencias la depriman, y por sí se envilece, adoptando sin discernimiento los ajenos inte– reses, y las pasiones extrañas. Unid, pues, vuestro esfuerzo, rival imprudente. Si penetraras el corazón de Carlos, conocieras la vio– lencia que sufre ordenando tu ruina: en él buscarás tu seguridad, no en la vana defensa que te ofrecen tus muros. El día fatal se acerca. Almeyda entre sus destrozos y cenizas conservará la cos– tosa experiencia, fabricará el triste monumento, que poniéndote a la vista tus desgracias, te instruya en adelante en el único me· dio de evitarlas. Ni el asilo de los terraplenes, ni la abundancia de las municiones, ni la multitud de los que la guarnecen estor– ban ni retardan su caída y destrucción. [18] El sitio se forma. V.E. hace ver que en las dulzuras de la paz no ha consumido el vigor de la guerra. El clarín da la se– ñal del asalto: el soldado, prodigando la vida, embiste y se arro– ja a la muralla; el fierro lo separa, lo aleja, y precipita; pero el brío, la intrepidez y esfuerzo repite las tentativas, y vuelve sin ce– sar a la ejecución de esos gloriosos empeños. En vano la ciencia militar apura sus industrias; en vano la muert , atraída por 1 arte, se oculta en las obscuras cavernas de la tierra; el valor insulta a los peligros, y p n tra en medio de los riesgos. El salitre se en– ciende entre el fuego, el relámpago, y estruendo: batallones nt ros se destrozan, epultan, y perecen. La brecha, el foso no ofrecen a la vista, sino un vasto sepulcro colmado de cadáveres. Tres veces
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