Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

82 MIGUEL MATICORENA ESTRADA grientos, Villas arruinadas, provincias desiertas, campos secos y estériles gimiendo por su antigua fecundidad: el acero sacrílego del conquistador ofreciendo por víctimas en los santos asilos de la religión al pálido anciano, y al débil sacrificador; el tierno in– fante salpicado en el rubio y blanco licor de la llorosa . madre, que esparcido el cabello se acoge a las aras bañadas en sus lá– grimas, inútil freno contra el furor, y la barbaridad; la hambre, los fierros, y la muerte, la desolación, el horror,. y la calamidad; todo se une, y degradan ese esplendor fundado en los destrozos. El hombre no ensalza, sino lo que es útil a la humanidad. Regis– tra cuidadoso el secreto pdncipio del militar aliento; descubre con placer que los brillante5 acontecimientos de la guerra pue– den ser obra del momento, de aquella convulsión, de aquellos sín– tomas con que la naturaleza une sus fuerzas para evitar el ries– go. Virtud violenta y pasajera, que infectada en su origen, no aspira a la constante inm01 talidad. Esta se reserva a el genio superior, que en todas sus ucciones forma paralelo, no contras– te; y ésta es la que a V. E. augura por mi boca la academia, pues igualmente admira esos sublimes talentos con que V. E. ilustra sus destinos, y esa felicidad con que hace florecer al nue– vo continente ,a esta parte del mundo manchada aun en los nom– bres con una injusticia (17), y un error (18). fasto que os alucina, el orgullo que os embriaga, no os permite atender que fabricais sobre la ruina de la humanidad, y el destroza de vuestros seme– jantes. Discurso dogmático sobre la canonización de los Santos, por el Abad La Tour. (17) El reconocimiento público, dice Raynaldo, debió nombrar a ese hemisferio con el nombre del animoso navegante (Cristóbal Colón) que lo descubre. Era la menor recompensa que se debía a su memoria; pero sea envidia, descuido, o capricho de la fortuna, sucede lo contrario. Este ho– nor se reserva al florentín Américo Vespucio, aunque él no hiciese más que seguir las huellas de un gran hombre, digno de colocarse al lado de los más ilustres. Así el primer instante en que la América se descubre al resto de la tierra es sellado con una injusticia, presagio fatal de las que este desgraciado país serviría de teatro. Guillaume-Thomas Raynal: Histoire phi– losophique et politique des établissements et du commerce des européens dans les deux Indes, 1775, t. 111, Lib. VI, pág. 27. (18) Como se había descubierto este continente, dice el mismo, nave– gando para las Indias, y se ignoraba si hacía parte de ellas, se le comprende bajo un mismo nombre, pero se le distingue por el sobrenombre de Indias occidentales, pues se toma el camino del oriente para ir a las verdaderas Indias, y el del occidente para ir al Brasil. Este nombre se extendió después a toda la América, y los americanos se llaman impropiamente indianos. Ibídem Libro 9, pág . 423 .

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