Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

86 MIGUEL MATICORENA ESTRADA [24] Estas virtudes perpetúa V. E. por la útil fundación de un ilustre colegio, destinado a la enseñanza de los indios, jóvenes. La ignorancia desaparece, y una sabia educación vaticina una só– lida piedad Las luces naturales del genio y del talento, no se in– terceptan ni suprimen por la bárbara y obscura instrucción del paganismo y la infidelidad. El impuro adorador de los profanos ídolos no invoca esas falsas divinidades, obra frívola y frágil de las pasiones y el vicio, sino a ese Dios, que teniendo a sus pies la naturaleza, la suerte, y elementos, los cría, une, separa, y de– fiende por un mecanismo seguro e inmutable contra el choque con– tinuo de los años, y la voraz vicisitud de los siglos. El silvestre habitante de los bosques, asiduo compañero de las fieras, sale de ese letargo que con ellas lo asemeja, degrada, y equivoca: me– dita, reflexiona, se sonda, y reconoce que el universo entero hon– ra en su persona la imagen de su autor. El inculto y tenaz ene– migo de los muros y villas, se reduce y sujeta al abrigo y defen– sa de las leyes; y buen padre, tierno esposo, 1 si el patriota, go– za del placer dulce de la sociedad, del descanso y la abundancia. De esta felicidad y de este alivio disfruta el bárbaro en ese asilo piadoso de la humanidad, con que V. E. ilustra su gobierno. Sul:>– sistirás asegurando la gloriosa memoria de tu fundador, cuando esos inútiles prodigios, esos edificios suntuosos del orgullo y el arte, sepultados en el vasto abismo que absuerbe y devora las obras de los mortales, no mostrarán por anales ni las tristes rui– nas de su antigua grandeza. Te unirás en gratitud con los cam– pos y selvas, pues en ellos se proporciona la misma dirección, e igual socorro. [25] Celosos m1s1oneros penetran esos vastos desiertos eriza– dos de abrojos y de espinas; atraviesan esas altas montañas cu– biertas del hielo y del granizo; se arman contra los rigores del clima y sus violencias, y entre el riesgo y amenazas de arroyos caudalosos, profundos precipicios, y el frecuente bramido de las bestias feroces, plantan y fijan la señal de salud en el centro de la idolatría y el error (28) . Con ese escudo en mano predican, (28) Una de las causas que ha estorbado la propagac10n del cristia– nismo en las Indias, fue el descuido en las misiones. Niecamp en la historia de las Misiones de Tranquebat dice en el tomo I página 223: Los Portugueses llenaron el seminario de Goa de malhechores condenados al destierro: a estos hicieron misioneros, sin que ellos olvidasen su primer oficio. El cé– lebre Bayle decía a sus compatriotas: Es bueno predicarles el evangelio a los salvajes de América, porque aunque no se les enseñe mas cristianismo,

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