Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

JOSE BAQUIJANO Y CARRILLO 93 al soberbio árbot que coronando los elevados montes, sirve de refugio a la tímida tórtola, y a la verde yerba que adornando el prado alimenta, y mantiene al débil insecto. Espía a la naturale– za, la sorprende en el seno de la tierra, y revela el secreto de la formación de las sales, de las preciosas piedras, y de los ricos me– tales. Rasga el velo con que esa madre próvida pretende ocultar el centro y morada de los volcanes, los Vesubios, y las tempesta– des. Estudia al hombre, ese enigma aún no descifrado después de tan costosa experiencias, y registra la estructura y disposición de sus órganos, la contextura y proporción de sus partes, el equilibrio de sus fluidos y humores que con orden y arreglo con– servan la fuerza y resistencia de los cuerpos. Medita sobre ese puro espíritu que en el juzga, combina, y reflexiona: que siempre inconstante, siempre incierto, asegura, retracta, quiere, rehusa, y ciego en su elección, fluctúa entre estos vagos pensamientos; los regla y ratifica esclareciendo esa ley primitiva que sostiene sin corrupción su poder contra los repetidos atentados de las pasio– nes: las sujeta y enfrena aterrándolas con las tristes sombras, los espectros sangrientos, las furias infernales prontas a vengar los sagrados derechos de la r azón ultrajada (SO). [31] El teólogo se abisma contemplando a ese Dios cuya in– mensidad no tiene otros límites que los de su imperio: a ese po– der fecundo que a su voz saca de la nada al universo,. lo embe– llece y adorna, lo puebla de habitantes en todo semejantes, y en nada parecidos, y a esa justicia que derriba los ángeles, amena– za al hombre, y sirve de fundamento a su terrible trono (51). [32] El jurisconsulto no espera a que la lenta experiencia concilie el crédito y honor a sus decisiones: no se iguala a esas parleras aves en cuyos cerebros se imprimen las voces y los tér– minos por el largo uso, y la antigua habitud. La viuda desolada, el huérfano afligido, no teme que perezca su interés e inocencia por no encontrar la mano instruida y diestra que desenrede el la– berito del fraude, la confusión de la malicia, y las sutilezas del delito. Desenvuelve los primeros principios del derecho en ese libro, obra de un pueblo rey destinado a dominar en todos los si- (50) V. el Disc. pronunciado en la Academia de Nancy, el 20 de Oc– tubre de 1755. (51) V. a M. Molinier. Discurso sobre la verdad de la Religión Chris– tiana.

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