Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

JOSE BAQUIJANO Y CARRILLO 97 los otros ¿cómo podría no arredrarme el vastísimo campo que se me presentaba a la vista y debía recorrer desde un extremo al otro, para no exponer mi cem.mra al juicio de un siglo tan ilustrado? [5] Un panegírico perfecto es, en mi concepto, un Fénix que ninguno ha visto, por más que muchos, describiendo con exactitud sus propiedades, lo hayan querido hacer visible. Es aquel intrincado laberinto donde todos entran incautamente, sin que hasta ahora ha– ya encontrado alguno el hilo que lo saque libre del mordaz mons– truo de la crítica. Y es, para decirlo sin figura, la obra jefe de la arte oratoria, de aquella arte en donde no basta la fiel obser– vancia de sus preceptos, porque casi siempre es necesario salir de regla y dejarse arrebatar del fuego de la imaginación, para que no sea un esqueleto su oración; arte, en fin, que necesita del au– xilio de todas las ciencias, sin cuyo conocimiento la expresión, por necesidad extraña o confusa, inficionará todo su cuerpo y le hará perder del principal agrado de su belleza. [6] Tal es la obra de un panegírico, cuya natural arduidad se releva, sobremanera, con la presencia del héroe que se aplaude. ¡Oh! y qué difícil es que, empeñado el orador en captarse, por me– dio de su elogio, el favor de quien tiene por delante, no prostitu– ya al vicio el incienso que debía ofrecer a la virtud, y que en el carro que erige a su gloria, no entronice la impiedad, arrastrando como despojos de sus triunfos los violados derechos de la justi– cia y humanidad. Por eso, sin duda, el Espíritu Santo defendió los elogios a presencia del mismo elogiado: No alabes, dice, al va– rón en su misma cara, ni rindas tus alabanzas a hombre alguno antes de su muerte (1), porque es muy fácil que se deslice la adula– ción y que la verdad, que sólo es digna del aplauso, gima bajo del peso de su opresión. [7] No por esto quiero decir que el autor del paneg1nc~ no pudo salvar tan inminentes peligros y que, ensalzando las virtu- (1) Eclesiastici, cap. XI, v. 2? y 30? En realidad, estas dos citas no tienen el sentido que Maciel les su– pone. El versículo 2? "Non laudes virum in specie sua", lo traduce Scío así: "No alabes al hombre por su bello aspecto". El versículo 30'? "Ante mortero ne laudes hominem", está bien traducido, pero el objeto de la recomenda– ción es otro del que supone Maciel, pues prosigue: "porque el hombre es conocido por sus hijos". (Felipe Scío de San Miguel. La Sagrada Biblia, tra– ducida al español de la Vulgata Latina etc., Barcelona, 1878, t. III, p. 637 y 639).

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