Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
102 MIGUEL MATICORENA ESTRADA su conocido mérito le proporcionaba suficiente fondo para su elo– gio, si en lugar de un panegírico no se hubiera propuesto tan in– juriosa sátira. [19] Pero yo estoy muy distante de adoptar semejantes ideas, y más cuando, para responder a los deseos de V. S., no necesito tomar partido en tan odiosa contienda. La prudencia de V. S. con la discreción que lo caracteriza, me previno este embarazo, in– dicándome ciertos rasgos de la segunda parte para que sobre ellos fijase mi atención y le significase, con ingenuidad, el juicio que formaba, ya del objeto a que se dirigían, y ya de la injusticia con que se insultaba el respetable mérito del más digno personaje. Y de este encargo, aunque superior a mi capacidad, dije al princi– pio que su ejercicio lisonjea, sobremanera, mi obediencia, que es lo que sólo me resta por declarar. [20] Ciertamente, el panegírico, principalmente en su segun– da parte, abunda de rasgos tan mordazmente satíricos que sólo en este punto ninguno ha dudado de la intención de su autor. Todo el mundo, al primer golpe de ojo, reconoció el blanco a que se ases– taban tan sangrientos tiros, y sólo el panegirista que vinculaba su mayor gloria en que todos los entendiesen, pareció desconfiar del suceso, cuando estampó en los márgenes del impreso su más ca– bal esclarecimiento . [21] Como quiera que sea, nada es más constante que aquel ilustrísimo y excelentísimo ministro que en el gobierno de este Nue– vo Mundo desempeña la confianza del más benéfico monarca, es el objeto sobre que se descargan, osadamente, los más furiosos golpes de la maledicencia. El cuadro que se le traza es el más espanto– so, y sólo propio de un verdadero misántropo. Se le representa un corazón poseído del odio más implacable contra toda la nación americana que quiere hacer abominable a su más amado sobera– no. Su -aplicación a hacer felices estos pueblos se transforma en un declarado empeño de arruinarlos, y los medios y arbitrios más oportunos de que reporten las utilidades de su suelo se convierten en engañosos pretextos de la tiranía que los oprime. Su tarea, que apenas la puede sostener la fuerza de su celo y de su vasta com– prensión, no tiene otra mira que la de una extraordinaria repeti– ción de órdenes y decretos vacilantes todos entre las desigualda– des y precipicios de su escabrosa base, y sólo capaces de fomen– tar el descontento; y su gabinete es como el centro del orgullo de
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