Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
108 MIGUEL MATICORENA ESTRADA [32] Todas éstas, dirá el espíritu fuerte de nuestro catedráti– co, son consecuencias mal deducidas del derecho natural que con– fundió el pretendido derecho divino, y son unas escrupulosas y vanas sutilezas del derecho romano que adoptaron, sin discerni– miento, las naciones europeas. A todas debe, al fin, prevalecer la ley de la más que todas ilustrada China, y en su consecuencia, al ministro que sin culpa llegó a desagradar al pueblo, se le debe tratar, por más iluminado que sea, como un director ignorante que priva al padre del amor de sus hijos. Semejantes principios son más dignos de compadecerse que de impugnarse y, por tanto, en lugar de perder más tiempo en su refutación, quiero dar una breve idea de la iniquidad y malicia de aquella imputación. [33] El amor a los vasallos en los príncipes soberanos es la propiedad más característica de su justa soberanía, pues por ella, y no por su poder, se distinguen de los tiranos que los oprimen. El es quien los constituye y hace conocer por verdaderos padres de sus pueblos y, por su medio, copian en sí mismos la imagen de aquel Padre celestial de quien sÓn vicarios en la tierra: Por– que Dios, Señor absoluto del género humano y de quien todos los reyes reciben, inmediatamente, su poder, se distingue, en su Sa– grada Escritura más bien por su voluntad y su amor que por su virtud omnipotente. Por eso, aunque, en la realidad, Dios sea su omnipotencia, no se afirma de él, cual si fuera su verdadera esen– cia, y como se dice de su caridad: Deus charitas est, haciéndonos comprender que el amor en Dios más que un atributo de su esen– cia, es su mismo Divino Ser. De donde es que este Señor todo amor y caridad de los hombres, tiene su delicia en estar siempre con ellos, según él mismo lo protesta, porque ciertamente, la ma– yor gloria de un amante la hace su objeto amado y cuando en él se difunden las riquezas de su bondad. [34] Tal es fundamental principio de la necesidad que tiene todo príncipe soberano de amar a sus vasallos. Sin su amor será un tirano y no su padre, su poder, por legítimo que sea, declina– rá en tiranía, siempre que su ejercicio se desentienda de su bien– estar, y no consulten sus providencias su más pública y común utilidad. El odio y aversión a sus pueblos borrará aquella imagen del Ser que lo autoriza, y que da a su carácter la veneración y respeto que lo sostiene. No será más su vicario y lugarteniente en la tierra, títulos que tanto relevan la gloria de su majestad; y di– vorciado de aquéllos con quienes debía tener sus delicias y difun-
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