Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
110 MIGUEL MATICORENA ESTRADA los sangrientos rasgos que he copiado. Y porque ninguno piense mal de los estímulos que me animaban, a pesar de mi conocida desproporción, quiero ante todas cosas expresarlos, para que ni se noten de temerarios mis conatos, ni menos se me imponga al– guna bastarda mira de interés personal que deslumbrase mi li– mitación. [37] Yo nací en esta Provincia del Río de la Plata que, en el día, hace una principal parte de esta América meridional, y es– ta circunstancia, tan reconcentrada en mi natural condición, rele– va un doble título a favor de aquel generoso impulso. El primero, por ser americano y verme, como los demás, envuelto en la masa de una proscripción con que nuestro mismo compatriota, pare– ce, ha querido concitar el odio general de la nación contra aquel respetable personaje que, en su errado concepto, nos hace el ob– jeto de su abominación. El segundo, por ser hijo de una provin– cia que ha sido el blanco de las más benéficas atencione~ del mi– nistro, y se acreditaría por la más ingrata, si no reclamara y se dejara sorprender de la impostura. [38] En efecto, el silencio de todos los americanos, después que en la Capital de Lima, en el acto más público y solemne, se preconizó proscripta la nación por el ministro que la gobierna, y se dió a la estampa para trasmitirla a todas sus provincias, este silencio, digo, en las circunstanciaas de la sublevación del Perú, ha– ría un perjuicio irreparable a todo el cuerpo de los americanos espa– ñoles. El mundo todo gritaría que, adoptando éstos las ideas de tan vehemente declamador, y por un efecto natural del amor pro– pio, se resentían de un proscripción que les preparaba su ruina, y cuyo remedio buscaban en el fomento de aquella rebelión. Este grito universal traería, sin duda, al fiel americano una calamidad más funesta que la misma proscripción, aun cuando fuese verda– dera, porque en el contraste de ésta lo alentaría el consuelo de su inocencia, de que no podría servirse en aquélla, viéndose culpa– ble con su mismo silencio. El interés, pues, de toda la nación, de– bía armar las plumas de los americanos celosos de su honor, pa– ra reclamar contra la supuesta proscripción; y tal era uno de los estímulos que me impelían a la empresa de su refutación. [39] No era menos eficaz el de la gratitud transcendental de todos los hijos de esta provincia. ¿Qué nota no padecería nues– tro reconocimiento y cómo lavaríamos jamás el borrón de tan in– grata correspondencia, si al mismo tiempo de estar experimentan-
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