Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

JOSE BAQUIJANO Y CARRILLO 123 para los repartimientos en sus respectivas provincias? El citado in– forme pone todo esto en su más claro día, y nadie en su vista pue– de dudar de que el origen de la tiranía que los pueblos padecían en los repartimientos de sus corregidores, era la que éstos sufrían de sus codiciosos habilitadores, los cuales, recargándoles excesiva– mente los géneros que les suministraban, los ponían en la dura necesidad de que exprimiesen a los miserables indios que eran los que, sin recurso alguno, venían al fin a sentir todo el peso de la doble tiránica avaricia que obraba en sus repartimientos. [67] No quiero pasar de aquí adelante sin explicar mejor esta verdad de hecho, que servirá de luz para después. Los géne– ros de Castilla, puestos en Lima, o por el Cabo de Hornos o por la vía de Panamá, tenían poco menos que una doble estimación respecto de la que se le consideraba en esta ciudad de Buenos Ai– res a los que se conducían desde Cádiz u otro cualquiera de los puertos de España. Pero este exceso de precio era poco gravoso a aquellos comerciantes limeños, lo resarcían con las exorbitan– tes utilidades que les producían la privativa habilitación de los co– rregidores, para quienes tampoco eran, en la realidad, perjudicia– les, cuando tenían el seguro de desquitarse ventajosamente con el repartimiento que, después de cubrir aquel crédito y el resultante de la merced del corregimiento y gajes de sus títulos y despachos los dejaba ricos y en estado de cultivar los más extravagantes caprichos del lujo y vanidad. [68] Sólo el miserable indio que era la víctima y pasto de tan voraz codicia, no tenía otro recurso que el del ímprobo tra– bajo a que se veía necesitado para que, enriqueciendo a su costo virreyes, secretarios, asesores y corregidores, quedase siempre ba– jo del peso de su infelicidad y miseria. Y yo no sé,¡ después de esto, para qué se buscan ni figuran otras causas de la subleva– ción de los indios, cuando en ésta que presenta una insoporta– ble tiranía, bajo de la cual han gemido inútilmente tantos años, tenían el estímulo que en ninguna de las que vanamente se apa– rentan, para precipitarse en aquel abismo. [69] No Jo comprendió así nuestro sabio ministro. Su pers– picacia fué siempre demasiado iluminada para que se dejase nun– ca imponer de tan vanos fantasmas. Desde que tomó a su cargo el régimen de estas Américas, penetró todo el desorden de aquel principio y las funestas consecuencias que se debían temer. Su

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