Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
JOSE BAQUIJANO Y CARRILLO 125 tendentes para que, poniéndose de acuerdo ambos, quiten y prohi· ban los repartimientos de los corregidores en este virreinato, co– mo también está mandado en el Perú, si conceptuaren que desde luego conviene tomar esta determinación~ señalándoles los sueldos que les parezcan proporcionados ínterin que del todo se reforman semejantes empleos. [72] Después de todo, es preciso concluir que, si bien los más brillantes rasgos que caracterizan el ministerio del actual ilus– trísimo señor ministro de Indias, son otros tantos mortales gol– pes, sabiamente descargados sobre el cuerpo de la Ciudad de Lima, ni ésta se puede justamente quejar de que sólo el odio y aversión animó la mano que los dirigió, ni menos dejar de reconocer que la justicia, sostenida de un celo y constancia a prueba de los más vigorosos contrarios esfuerzos, fue la que los principió y vino al fin de perfeccionarlos . Porque nadie puede dudar de que el bien público se interesaba en la división del virreinato, no siendo po– sible que un virrey, en la distancia de más de mil leguas de esta provincia, emplease aquella atención que exige_n sus más impor– tantes objetos; que no sólo la provincia del Río de la Plata y los reinos del Perú y Chile aclamaban por su mutuo, libre y franco comercio, sino aun los mismos reinos de España, que verán retor– nar por la vía de Buenos Aires el producto de sus efectos en el oro y la plata del Perú, en un duplicado y aún triplicado menor tiempo que por la vía de Panamá y Cabo de Hornos; y que, final– mente, la subsistencia del rico Reino del Perú dependía, necesaria– mente, o de que se extinguiesen del todo los repartimientos que lo precipitaban a su ruina o que, a lo menos, se le quitase a la Ciu– dad de Lima la potestad exclusiva de proveer y habilitar los corre– gidores, que era el funesto origen de su tiranía. De suerte que, no siendo otros que los expresados, los grandes objetos en que tanto ha brillado la sabiduría y prudencia del ministro que los arregló, no puede, por su causa, reclamar la ciudad de Lima contra la notoria justicia que ha cortado la viciosa raiz de su engrande– cimiento, a menos que, preocupada y deslumbrada con los copio– sos frutos que ha acumulado su codicia, quiera también que pre– valezcan sus particulares e injustos intereses a los más justos y comunes de todo el reino. [73] Pero mientras aquella capital, viendo frustrados los mas extraordinarios conatos que empleó a fin de reparar estos golpes, hasta ceder a beneficio del Real Erario un millón y medio de pe– sos que había suplicado su comercio para la guerra del 77, se di-
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