Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

JOSE BAQUIJANO Y CARRILLO 131 se mantiene sin sueldo, ni el sueldo se proporciona sino por los impuestos, de suerte que el estado no puede subsistir si no tiene la renta que baste a su necesidad, y, del mismo modo que el cuer– po humano no puede pasarse sin comer ni beber, tampoco el cuer– po político se puede mantener sin los impuestos que llamó con ra– zón Cicerón, el adorno de la paz y el subsidio de la guerra. [82] A estos principios, que fundan en los soberanos la au– toridad de imponerlos, es consiguiente en los súbditos la obliga– ción de satisfacerlos, porque sin ésta sería aquélla vana e iluso– ria, fuera de que los ciudadanos, contribuyendo a las cargas del estado contribuyen a su propia conservación, y que aquella parte que dan de sus bienes y con la cual compran la paz que el sobe– rano les procura, les asegura lo que les queda con el precioso don de su reposo y libertad. Si un ciudadano debe exponer su vida por su patria y por su príncipe, con más razón debe ceder una porción de sus bienes para pagar las cargas públicas. Ninguno, sin rebelión, puede recusar los tributos, que son un reconocimien– to de la autoridad suprema. En todos tiempos y entre todos los pueblos tuvieron los soberanos el derecho de imponerlos, como una consecuencia necesaria de la defensa del estado que tienen a su cargo. Sin ellos, ni el príncipe podría ocurrir a las necesida– des públicas, ni proteger a los particulares, ni defender al estado mismo. Y la nación sería la presa del enemigo, y sus individuos perecerían con ella. [83] La misma Sagrada Escritura autoriza este derecho de los soberanos y confirma la obligación que tienen los súbditos de satisfacerlos. El precursor de Cristo, San Juan Bautista, siendo preguntado de los publicanos, que eran los que cobraban los im– puestos y rentas públicas, sobre lo que debían hacer para salvar– se, no les dijo: ¡Dejad los empleos porque ellos son malos y con– tra la conciencia!, sino solamente: ¡No exijáis más de lo que es– tá mandado! [84] El mismo Jesucristo lo decidió en términos formales. Pretendían los fariseos que el tributo que pagaban al César en la Judea era indebido, por cuanto el pueblo de Dios no debía tribu– tar a un príncipe infiel, y con la misma respuesta deseaban desa– creditar a Cristo en el concepto del pueblo, si respondía a favor del César, o delatado a los romanos, si era contrario al empera– dor. Le propusieron esta cuestión capciosa: ¿Es, por ventura, lí– cito o no, el que paguemos tributo al César? Pero Jesucristo, des-

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