Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
138 MIGUEL MATICORENA ESTRADA ción que manda que su simple ejecución pareciera más espan– tosa que la muerte misma. Tal es el sentimiento que Lucano po– ne en boca de aquel soldado a quien, hablando con César, le ha– ce decir: Si me mandáis que traspase con mi espada el seno de mi hermano, que corte el cuello de mi padre y que penetre hasta las entrañas de mi mujer preñada, yo os obedeceré, aunque con sentimiento de mi corazón. Pectare si fratris gladium juguloque parentis / condere me jubeas plenaeque in viscera partu I conju– gis, invita peragam tamen omnia dextra*. En semejante caso, el mandato del soberano no tiene fuerza alguna, porque el imperio humano tiene sobre sí al de Dios que lo condena, y no hay arbi– trio en el súbdito para deponer un juicio cierto y conforme a las naturales y divinas leyes. [98] Pero si lo que el príncipe manda no es del número de aquellas cosas intrínsecamente incapaces, por su naturaleza, de hacerse buenas, sino que, o por su misma condición o por las cir– cunstancias que se pueden considerar, son susceptibles de bon– dad o malicia, el juicio, en este caso, del soberano, no se puedt1 calificar por evidentemente injusto, y cualquiera súbdito que opi– ne contra su justicia y coveniencia, debe renunciar su privado jui· cío y deponer como errado el concepto que se formó, haciendo.. para esto, valer aquellos principios reflexivos que se indicaron en el párrafo antecedente. [99] Para mejor comprender esta verdad, conviene tener pre– sente que hay, entre nosotros, dos especies de conocimientos, unos que son simples y claros por sí mismos, otros que dependen de una dilatada serie de razonamientos, y que si éstos algunas veces nos imponen, aquéllos jamás nos engañan. En los primeros, yo no puedo someter mi juicio al de otro alguno, y ni hay en mi volun– tad arbitrio para hacer en mi entendimiento una renuncia de la verdad que se me presenta por sí misma; pero sí puede someter– lo en los segundos, que son también verdaderos juicios, pues juz– gar no es otra cosa que conocer con distinción, y puede la volun– tad imperar al entendimiento que prefiera los principios reflejos que enervan los directos en que había fundado su privado juicio, y renuncie a éste, para dar lugar al público de su soberano. De suerte que, como todo lo que es vicioso en sí mismo, cual es lo prohibido por el derecho natural y divino positivo, pertenece a * Lucani: Belli Civilis, lib. I.
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