Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

140 MIGUEL MATICORENA ESTRADA [102] Dijo el orador que el bien mismo deja de serlo, si se establece y funda contra el voto y opinión del público, que el em– peño de mejorar al hombre contra su voluntad es el engañoso pre– texto de la tiranía, que lo que excita la reclamación universal, no puede tener por objeto la felicidad pública, y que no se puede ra– zonablemente creer que las prin·cipales personas del estado, todos los tribunales del reino y la nación entera se ciegue sobre sus ver– daderos intereses, y que un corto número de personas y aun una sola puede ser, vea y piense mejor que todos los ciudadanos jun– tos. Todo esto que, contraído a nuestro caso, presenta la más arro– jada e imprudente voluntariedad, descubre, por otra parte, y a pesar de tan especioso velo que traen consigo tan armoniosas ex– presiones, una máxima contraria y repugnante a los fueros de la soberanía. [ 103] En efecto, cuando conozco o echo de ver los medios por los que se gobernó aquel orador, y consiguió los sufragios de toda la nación sobre los expresados impuestos, para que se diga que se han fundado y establecido contra el voto y opinión del pú· blico, yo me pregunto ¿de qué origen ha descendido esa brillante luz que disipó, como una quimera e ilusión de nuestro siglo, el beneficio de un comercio libre y protegido, haciendo ver que la uti· lidad que por su medio se proporciona a todos los pueblos, es con· traria a su voluntad y un pretexto engañoso de la tiranía que los oprime? ¿qué reclamación universal es ésa o cuáles son esas per– ~onas principales del estado y tribunales del reino, ni dónde está el lugar donde se congregó, para reclamar, toda la nación contra los indicados impuestos? Sin duda, el orador limeño, conceptuan· do como el romano que todo el orbe se encerraba en su patria, facies orbis in urbe, se imaginó que los gritos que ésta arrojaba por la separación del virreinato y franqueza del comercio, eran de toda la nación que así reclamaba la pérdida de su privativo lujo y opulencia. Y por ventura ¿puede ser más arrojada ni más im– prudente la voluntariedad que animó tan clamorosa y vehemente declamación? [ 104] ¿Y qué diré de las máximas que se aparecen al ruido de tan descompasados gritos del orador que así habla: en un es· tado monárquico, diferente por su constitución del aristocrático y democrático, no sólo en la cabeza, que es el soberano, sino en el c.:uerpo, que es la nación, o en los tribunales que la represen– tan, la inspección del bien y utilidad común que debe moderar el régimen de los pueblos, no corresponde al príncipe y es privati·

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