Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
JOSE BAQUIJANO Y CARRILLO 143 dite la rectitud de las intenciones del Soberano. Y después de or– denar que este mismo espíritu reinase en los aforos, avalúos y exacción de derechos, repite las estrechas prohibiciones que tiene hechas en el Reglamento, para que los dependientes de su Real Ha– cienda no exijan, ni admitan con pretexto alguno, ni aun con el título de donativo, cantidades ningunas de los negociantes, previ– niéndoles que cualquiera que faltase a la integridad, y desinterés con que debe proceder en esta materia incurrirá en la Real in·dig– nación y será tratado con todo el rigor de las Leyes. [ 109] Es pues constante, así por lo que expresa el soberano como por lo que representa por sí mismo dicho establecimiento que, lejos de ser perjudicial y gravoso al comercio, le es útil y sobremanera ventajoso. El comerciante, para quien es de suyo in– diferente que el reconocimiento de sus efectos, su aforo y avalúo se ejecute en el Tribunal de Real Hacienda o en la oficina de la Aduana, no sólo sentiría le cortasen, con esto último, la ventaja de los menores derechos que contribuye, sino el beneficio de su más breve despacho, en que tanto se interesa su giro, por ser in– negable que este objeto, que es el único de dicha oficina, se ha de expedir y evacuar con más prontitud que en la de Real Ha– cienda, donde son tantos y tan diferentes los objetos que ocupan su atención. Sólo nuestro soberano o, por mejor decir, su Real Erario, es el que, en la realidad, padece por razón de los sueldos y salarios de sus empleados, dándonos por lo mismo en este es– tablecimiento una prueba y argumento visibles de la protección que le merece el comercio. Pues a fin de fomentar su giro, no sólo se ha contentado con abolir los antiguos impuestos que lo entor– pecían, sino que aun con nuevo perjuicio de sus Reales intereses, ha consultado el medio más adecuado para allanar los tropiezos que pudieran retardarlo. De suerte que, si no se cierran de propó– sito los ojos, no se puede dejar de ver en el establecimiento de la Aduana, una como consecuencia necesaria del comercio libre y protegido, en que tanto brilló la beneficencia de nuestro soberano. [ 11O] Ni se diga que los oficiales y empleados de dicha ofi– cina vejan y tiranizan, con pretexto de celo, a los negociantes y comerciantes. Porque lo primero, nada es más contrario al espí– ritu y letras de las Reales órdenes que, a fin de remover del co– mercio todo lo que pudiera hacer odioso o gravoso su giro, no sólo recomiendan su expedición, rompiendo los antiguos vínculos y li– gamentos que lo entorpecían, sino declarando, para lo futuro, por reos de la Real indignación y de todo el rigor de su pena a cuan-
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