Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
152 MIGUEL MATICORENA ESTRADA [129] Pasáronse aquellos felices tiempos en que el mérito no buscaba los premios de esta vida, sino que era buscado aún en los lugares más secretos en que se escondía y retiraba. Mirábanse, en– tonces, los empleos y dignidades, no por el resplandor y utilidades que presentaban, sino por los cargos y obligaciones que se vincu– laban a ellos. La virutd más brillante gemía y huía el hombro a tan pesado fardo, y la que arrostraba, intrépida, las más sangrien– tas persecuciones, temblaba al solo aspecto de los más brillantes y honoríficos puestos. Pero ya hace muchos siglos que desaparecie– ron estos bellos días del cristianismo. La intriga y la cábala su– cedieron injustamente y, lejos de que el mérito se esconda hoy fugitivo, sale solícito de los lugares más secretos y escondidos, bus– cando aquello mismo que había renunciado. Entretanto, pues, que vuelvan aquellos felices tiempos, no debe ningún americano quejarse de que no le busquen los premios en los remotos lugares, donde su misma desproporción tiene escondidos sus talentos. El soberano, que ve rodeado su trono de candidatos y pretendientes, apenas puede discernir el mérito de cada uno, y no es posible que, embarazada su perspicacia con tan importuna multitud, se trans– porte en tan extrema distancia, abandonando a los que tienen alre– dero de sí. [130] Más, demos a aquella objeción todo el aire que la quie– re hacer peculiar de nuestros tiempos. En ninguno como en éstos, dicen los quejosos, se han visto tantos europeos venir a ocupar los primreos cargos de la magistradura, removidos o jubilados los americanos que, con tanto honor y después de muchos años, reco· gen el fruto de sus tareas. Principalmente en la Real Audiencia de Chile, Lima y Charcas, se ven estos augustos cuerpos compuestos, por la mayor parte, de europeos, que hacen los primeros ensayos de su literatura. La Iglesia, en parte, experimenta la misma pasiva distribución de sus prebendas y dignidades, y mientras que de la Europa vienen a tomar las primeras sillas de sus senados y cabil– dos, continúan sus más beneméritos hijos en la penosa carrera de su servicio, sin otra recompensa que la de sus inferiores beneficios. Tal es el especioso título de que se reviste aquella vana objeción contra el actual ministro y régimen de esta América; pero nada es más fácil de disipar con las luces que la misma experiencia nos suministra. [ 131] Es verdad que han venido muchos de nuestra España a ocupar los primeros puestos de la magistradura, de cuyo positivo mérito no se debe dudar, cuando traen su ejecutoria en la misma
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