Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

160 MIGUEL MATICORENA ESTRADA deplorable que apenas el espacio de un siglo será capaz de resta– blecerlo. El furor de los sublevados, pasando en un momento de la más baja sumisión a la más orgullosa altanería, lo llevó todo a sangre y fuego. Ni el temor de la majestad humana, sobre cuya rui– na osaron levantar el trono de su bárbara dominación, ni el res– peto de la divina que profanaron en sus más augustos santuarios, fueron barreras capaces de COIJ.tener sus desafueros. El español y el indio que no seguía el estandarte de la rebelión, el pobre y el rico, el superior y el súbdito, el varón y la mujer, el lego y el sacer– dote, todos sin distinción de persona, fueron víctimas de su carni– cería. Su sangriento cuchillo asoló pueblos enteros, su saña destro– zó las más ricas y fértiles posesiones, y con despecho abatió de los altares las más sagradas imágenes, hasta conculcar y pisar el mismo cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo. En una pala– bra, se vió la abominación y desolación en el lugar santo, la furia se encarnizó inhumanamente en las más inocentes vidas, y por to– das partes corrió la sangre de innumerables que fueron funesto despojo de la cruel Parca. [149] Este rasgo, por lastimoso que parezca, apenas puede pasar por un leve bosquejo y confusa perspectiva de tanta trage– dia. El corazón humano que siente mejor que lo que explica la lengua, sólo pudo trazar, en su interior, el verdadero plan de su sentimiento. El gime y gemirá, mientras le dure la memoria de los innumerables estragos que ejecutó la más bárbara crueldad. Jamás olvidará el destrozo de la humanidad, la desolación de la sociedad, y las ruinas que a cada paso se le presentan de los más bellos monumentos de la riqueza de aquel reino. Por eso dije que nada debía, en estas partes, relevar más nuestra abominación ge– neral que el principio y causa de tan funesta sublevación. USO] Pero, al mismo tiempo, debo decir que jamás procedió tan ciega y preocupada la emulación como cuando, para hacer odio– sa y execrable la conducta del actual ministro, le imputó aquella rebelión, como efecto propio de los muchos impuestos que le atri– buye. Esta imputación choca la misma notoriedad de los hechos Y evidencia de las razones que la ridiculizan. Y no hay persona sensata que no la ridiculice como fantasma e ilusión del más gro– sero fanatismo. Sin embargo, como es infinito el número de los ne– cios, son muchos los fanáticos que, para estrechar al ignorante vulgo, vierten tan exótica expresiones o especies, deducidas de su propio interés, sobre la causa que sustentó la sublevación preocu– pados en sus sentimientos contra el ministro, a cuya perspicacia

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