Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

164 MIGUEL MATICORENA ESTRADA sin pena ni gozo, por sólo el impulso de quien agitaba sus máqui– nas, y sería abrir una espaciosa puerta al más estúpido materia– lismo, para que triunfase de la religión. [157] Debemos, pues, confesar que los indios, capaces de sen– timientos, son también capaces de resentimientos de su opresión, y que no pudiendo dejar de conocer 1a iniquidad de los medios que se empleaban contra ellos era preciso que, al cabo de tantos años, hubiesen acumulado en su corazón un fondo de ira y encono que reventase con el sangriento estrago de sus opresores. [158] En efecto, si los indios, según la razón y la religión nos persuaden, no son insensibles ni indolentes, ¿cómo podrían no sen– tirse ni dolorse viéndose, en el país más rico del Universo, hechos eí ejemplar de la mayor miseria y pobreza? ¿Cómo su corazón podría no resentirse al considerar que el trabajo de toda su vida apenas les rendía un vil trapo con que cubrir su desnudez, y un bocado de raíces insípidas con que entretener su hambre, al mismo tiempo que los dulces frutos de sus nativos terrenos y el oro y plata de sus minas, se destinaban para el regalo y lujo de los que tan tiránicamente los oprimían? [159] Ni se piense que esta declamación exagera sobremanera la infeliz constitución de aquellos miserables. Nada es más cons– tante y ajustado a la verdad del hecho. El indio es el más pobre entre los que habitan las ricas provincias del Perú. Su vestuario se distingue de los demás por su despreciable calidad, su alimento natural consiste en la coca, yerba insípida, y que sólo por la fuer– za de la costumbre pudo familiarizarse con su paladar; y el traba– jo con que se proporciona estos débiles sostenes de su vida es el más ímprobo, esquivo y desacomodado; porque después de estar sometido a una continua noche en los más profundos socavones de una mina para cortar las ricas venas de sus metales, o sufriendo al aire y al sol, todo el peso, todo el calor del día, para labrar y cultivar una pequeña tierra, apenas saca por fruto de su fatiga con que cubrir el reparto de su corregidor y acallar la petulante exigencia de su codicia. Entretanto, éste triunfa con sus despojos y, entregado a la diversión y el regalo, recoge en un solo quin– quenio lo que le sobra para satisfacer a sus acreedores, sostener los cargos de su residencia y quedar rico y poderoso. [ 160] Todo esto, que era a todos visible y no podría esconder– se a los indios que lo experimentaban en sí mismos, formó, sin du-

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