Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
JOSE BAQUIJANO Y CARRILLO 167 desembolsan los indios todos los años para su cura y doctrinero, hacen 15 millones en cada quinquenio. [ 166] A esta espantosa suma no llega, ciertamente, lo que sacan los corregidores en sus respectivos quinquenios, pues aun– que a cada uno, con respecto a los demás, se le consideren cien mil pesos, a que los más, en la realidad, no ascienden, apenas llega el total en dichos 5 años a la cantidad de 8 millones. De suerte que siendo estos ocho lo más que se le puede calcular a los corregidores, y aquellos quince lo menos que se le debe con– siderar a los curas, se concluye desde luego que, tomando un cierto medio de proporción, contribuyen los indios a sus corre– gidores una mitad menos que a sus curas. Y es digno de notarse que, si los corregidores recogen de los indios tan grande suma de dinero, es por los efectos que les repartieron, y que aunque sean gravados con el exceso de sus legítimos precios, perciben el provecho de su intrínseco valor, pero nada perciben de su cura, por lo que dobladamente contribuyen, ya sea por sus derechos parroquiales que es lo menos, ya por aquellos exhorbitantes emo– lumentos que la codicia ha vinculado con la extraordinaria copia de fiestas anuales en que todo el aparato religioso se reduce a una multitud de banderas que cada una cuesta al indio que la lleva, 50 y aún 100 pesos. [167] Lo que hay en esto de más extraordinario y singular es que los indios, rara vez se quejan de sus curas, por más que la conducta de éstos influya visiblemente en su pobreza y mise– ria. La bastarda idea que tienen de nuestra religión, efecto pro– pio de su mala educación, es sin duda la causa de su silencio. No comprendiendo su verdadero espíritu y que su principal culto debiera consistir en el sacrificio de su corazón, piensan que las demostraciones públicas, por más ajenas que sean al fin a que la Iglesia dirige su culto exterior, hacen todo el fondo de su re– ligión, y que una devoción aparente y señalada con la más profa– na divisa, llena y colma el objeto de la piedad cristiana. Por eso, el indio que logra una bandera en la procesión, se conside– ra en el colmo de su espiritual felicidad y, lisonjeado con aque– lla insignia, señal de su religioso fanatismo, lejos de sentir el des– embolso que se la mereció, la celebra después con nuevos gas– tos que terminan con embriaguez. [168] Mas, sea de esto lo que se fuere, lo que de todo se infiere es que los, pastores de sus almas y los prepósitos de sus
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