Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
172 MIGUEL MATICORENA ESTRADA idólatra, erigiendo sobre sus cenizas el venerable, y magnífico edi– ficio de nuestra religión. Pues fiel discípulo de esos grandes mo– delos, vemos que observa en la obra la claridad, el adorno, y la convicción (b) que son las reglas que por necesarias nos han transmitido en sus escritos para ayudarla en sus reñidas con– quistas, y aumentar sus gloriosos trofeos. Como el hombre no habla sino para ser entendido, ni las palabras se pronuncian sino para descubrir los interiores senti– mientos del espíritu: todo discurso que por su obscuridad no se acerca a este fin, se extravía y aparta de su único destino. Es el vicio más inexcusable en la instrucción; él descubre una seca esterilidad de ideas, o una ridícula afectación de mostrarse deli– cado misterioso y sublime. Pueril vanidad, que por la unión con– fusa de períodos, y la enredada trabazón de expresiones, sólo consigue fatigar la imaginación y atormentarla, sin llegar jamás a esclarecerla. Pero vanidad criminal y execrable en el orador cristiano, que desnudándose de todo amor propio debe esparcir en la enseñanza la más clara luz, haciendo perceptibles las no– ciones profundas y principios abstractos de la religión, y sus misterios, no porque él pueda disipar las respetables tinieblas que no han de penetrarse por los débiles mortales, pues cercan y rodean el santuario del Altísimo. Sin ellas la fe se desnudaría de SU¡ mérito, y no proporcionara a la criatura el sacrificio de su altiva y orgullosa razón. Pero, como la columna milagrosa que guía a Israel en el desierto, presenta por un lado brillantez y por otro obscuridad: ambos deben descubrirse a los fieles para afianzarles que su creencia no es obra ciega y necia de la mentira la seducción y el error. Sobra con persuadirles que los dogmas no contienen ningún absurdo de los que entran en el principio de contradicción: única y esencial regla de lo que es verdadera– mente imposible, como lo llama el célebre Leibnitz. En la Tri– nidad ¿quién explicará jamás la fecundidad de aquel ser supre– mo que, sin perder de su plenitud, produce eternamente de su seno a el igual a él, y con ese igual a el igual a ambos, esa sustancia inmensa y poderosa, atributos comunes a cada persona, sin di- (b) San Agustín Libro 4? de Doctrina Christiana. Cicerón dice lo mismo en su Opúsculo de Optimo genere Oratorum: Optimus est Orator, qui dicendo animos audientium & docet, & delectat, & promovet. Docere debitum est, delectare honorariwn, permovere necessariwn. Se duda que este Opúsculo sea de Cicerón. El padre Peree se apoyaba mucho por este sentir ~n que en él se ncucntre la palabra honorarium.
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