Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

174 MIGUEL MATICORENA ESTRADA No es este el carácter del orador cristiano, ni el de la elo– cuencia que se le recomienda. Su mérito no estriba en encon– trarle nuevas combinaciones a las sílabas, ni en excitar, por el choque forzado de las palabras, esas pasajeras centellas que lu– cen y acaloran un momento sin producir la convicción y arreglo. La conciencia le intima y recuerda que no se le confía el minis– terio sino para ser útil y provechoso a los pueblos. Para este noble fin es una guía insensata la imaginación ayudada sólo por– el genio. Nuevo Icaro, dice un ilustre prelado (f), él se eleva a la región del fuego; por un extraño vuelo se remonta a países desconocidos: las nubes que ha penetrado se reúnen y en su som– bra lo ocultan a la vista de los mortales; pero su vergonzosa caída lo descubre y deshonra. En el espíritu humano son pues los conocimientos la semilla de sus producciones. El se fecunda por la meditación el estudio y las ciencias. Sin ellas habrá abun– dancia de voces; pero no de ideas. De aquí la escasez de imágenes, la falsa desproporción en las semejanzas, y el tranquilo reposo en que quedan las pasiones, aun tratándose de unas verdades más propias a aterrar y conmover, que los intereses manejados por los Demóstenes y Cicerones. Estos comunes defectos que estorban e interceptan los fru– tos saludables del evangelio, no manchan ni deslustran la ora– ción que se intenta publicar. Pero como la santidad se forma de la falta de vicios, y de la práctica de las virtudes, así las obras para ser perfectas fuera de la justeza arreglo y precisión, han de añadir bellezas hermosuras y aliño. De otro modo no son dignas de imprimirse, pues las didácticas reglas de la sintaxis, y los tri– viales y frecuentes pensamientos no necesitan divulgarse por ese medio, que lejos de multiplicar el buen gusto, lo sofoca y apaga con su ejemplo. El del autor puede servir de modelo. ¿Con qué sabia y cir– cunspecta prudencia vemos dibujadas las profundidades que ocul– t a el sublime misterio de la Trinidad, sin que una prolija incuba– ción exponga a el precipicio y a el error? ¿Con qué puras, natu– rales, y floridas expresiones se persuaden los riesgos y estragos de las tres concupicencias? ¿Con qué fuerza, vigor, y solidez se en- del orador impreso en Leyde en 1686 se habla con desprecio de un ora– dor que tosía en el púlpito con r egla. En el manuscrito escribía donde se había de toser, hem, hem, que era la señal. (f) Poncet de la Riviere Obispo de Troyes Discurso pronunciado en la academia de Nancy entre la colección de discursos de esta academia.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx