Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
186 MIGUEL MATICORENA ESTRADA Confieso que me irrité en silencio cuando oí este discurso en aquel teatro donde asistió cuasi toda esta ciudad, pero más hoy que le leo a presencia del carácter del orador que le dijo; éste abunda en osadía y presunción, habla de vuestra excelencia con descaro; está quejoso de que no es ministro, porque no se le rindió, o no le bajó la cabeza (así se explica) cuando se le mandó salir de esa corte, y quien tenga un retrato de su cora– zón, de su conducta y de su malicia, hallará en sus cláusulas to– da la con que están proferidas algunas y, más si se añade a este retrato, el de lo que ha sido y es aún conversación de éstos ilusos. Citaré para ejemplo (por más obvias de este modo de pen– sar, que no es sólo mío), las que se estampan desde folio 56 al 57 y sus notas 26 y 27. Allí encontrará vuestra excelencia como vistiéndose de un traje aparente, o de unos períodos disimulados; declama contra los que imputen al reino los actuales alborotos. Hágase vuestra excelencia leer desde la palabra Borbón hasta aca– bar el capítulo; prosiga vuestra excelencia escuchando las notas y deduzca lo que ellas inspiraD¡ porque, a mí, me cuesta rubor el expresarlo; mi alma no tiene, no, tanto brío. Las miro y vuelvo a mirar por ver si me engaño y no encuentro cómo disimularlas, o traerlas a una significación inocente. Aquí todos las toman en una misma, profiriendo que habla de vuestra excelencia; ha– ciéndole la injusticia de tenerle por Antiamericano, que ha sido la conversación de muchos tiempos, trasladada desde los maldi– cientes que viven en esa corte y de dos gobiernos libres y omisos que las han dejado y dejan crecer escandalosamente hasta un grado que es fácil explicar. Los términos y el caso de la segunda nota fijan la sospecha; el ejemplo es malo, las frases osadas y la acción indiscreta, su– puesto lo dicho y lo que ha sido aquí hablilla muy seguida, sin poder hallar quién sea el inventor execrable. Sé de cierto que se le ha señalado como tal, por uno que le estima y no quisiera ver su perdición, o su crítica, para que no saliese así a luz su papel; pero, obstinado, despreció el consejo, y está como se reconoce, y como censuran hasta los más fríos en hacer a vuestra excelencia la justicia que merece por su santa rectitud y, por el amor con que está a los pies del rey para bien de las Américas y sus habitantes que no conocen el suyo ni a quien los precipita inflamado de tan inicuos sentimientos. Yo quisiera que se tomasen estas cláusulas contra mí, aun-
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