Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
220 MIGUEL MATICORE A ESTRADA dejan de ser hombres en la paz del justo, la serenidad de la vir– tud y la calma de la religión· Este juicioso plan sí liberta a la orac10n de la censura; las perfecciones que en ella se descubren persuaden, que una ima– ginación fecunda y feliz no se ata ni sujeta a los tristes muros en que habita y la cercan. El poeta nacido en los ásperos climas, en que el eterno invierno sopla sin cesar los negros huracanes, no trabajará un retrato tan ameno y florido, como el que respira el aire puro, y atiende a una tierra variada en sus colores; pero el orador insólito y forzado a concentrarse en el silencio y la obs– curidad del retiro, adquiere la vivacidad, resort~ y energía que lo– gran los volcanes, cuya explosión es tanto más terrible, cuanto el fuego compimido en su seno no ha podido evaporarse en la languidez de un mundo disipado. Homero ( t) y Demóstenes para componer sus obras inmortales, se retiraban a las orillas del mar; en el horror de los cementerios ha meditado Young sus Noches, el jefe de obra del género sombrío y en la abatida cabaña del po– bre y labrador, estudiaba Masillón esos profundos conocimientos, con que aterra a los grandes, y poderosos del siglo. Libre de su tumulto en la apacible tranquilidad de los claus– tros penetra nuestro orador los sublimes secretos de la elocuencia; no de aquella, que en lugar de pulverizar los vicios de los hom– bres, se detiene en describirlos con precisión y elegancia; que prodiga en la hinchazón de las palabras, las metáforas (u) exce– sivas y los compasados periodos, se asemeja a las ilusiones de la perspectiva, en que el ojo cercano descubre rasgos groseros, sus– tituidos a el paisaje variado que presentaban a distancia; que dócilmente sujeta a la frialdad de las reglas y preceptos no osa– rechazar las hilaciones tímidas y transiciones escrupulosas, a que la rapidez de las ideas no puede acomodarse y que el genio aban– dona deseoso de hacer más distintos los vestigios de sus pasos, (t) Mons. Arnauld en el prefacio de la Eufemia. (u) Este defecto es común aun en los oradores de mayor crédito. Yo elijo los de mejor reputación en el siglo, en lo sagrado y profano: el abad Tourdupin, y Mons. Tomas. El primero en el Panegírico de san Luis, dice: El Languedoc Teatro del error, había visto Za serpiente artificiosa insi– nuarse con astucia, elevarse con audacia y predicar la independencia. Una serpiente no predica: siempre en la alegoría es preciso conservar la verdad física. El segundo en su Discurso de recepción en la academia, en lugar de Mons. Hardion dice hablando de la Historia: Retrato inmenso en que se camina, al ruido de 1 la caída de los imperios. ¿Cuál es el retrato en qué se camina?
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