Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
226 MIGUEL MATICORENA ESTRADA nador del arzobispado mediante la ausencia del ilustrísimo señor arzobispo en la Visita general de su diócesis. Tenía por consi– guiente más alta representación entre los clérigos, doctores y maestros y todo aquel influjo por el cual en claustro pleno que se halla en los libros de esta real Universidad, está resuelto que ningún provisor pueda ser elegido por rector durante el tiempo que ejercía semejante ministerio. No se quedó en términos de presunción este influjo, ni se contuvo en los límites de aquellas oficiosidades que por sí solas eran suficientes para oprimir la li- bertad de los doctores eclesiásticos. Paso a más la inconsidera– ción del empeño y se hubiera hecho increíble la verdad del suce– so, si no se toca con la experiencia y se convence de un modo in– tergiversable. Es el caso que por medio de su promotor fiscal doctor Juan José Negrón y del notario don Juan de León, pasó oficios a dis· tintos eclesiásticos estrechándolos para que no fuesen a votar. De este número fueron el doctor don Agustín de los Ríos, y don Ma– riano Rivero padres del Oratoiro de san Felipe, don Manuel Gar· cía de Vargas, don Carlos Encilbengoa, don José de León y don José M. Bermúdez defensor de legados y obras pías, y familiar del ilustrísimo señor arzobispo. Como esta deliberación fue obra del despecho no se guardó cautela, y así llegó a mí noticia a las doce del día en que se hizo la elección y con este motivo ocurrí al Superior gobierno dando la justa queja a que me excitaba se· mejante exceso, y aunque se proveyó decretos para que todos los electos doctores asistiesen al acto, sin tenerse por cerrada la elec· ción en otra forma, no se consiguió la concurrencia del doctor don José de León, sino sólo la de los demás habiendo sido pre– ciso que saliesen dos bedeles a conducir de sus casas a los docto· res Bermúdez y Encilbengoa, que desde luego vinieron poseídos de las impresiones del temor especialmente el segundo a quién en presencia de varios sujetos se le intimó un orden vergonzoso tle dicho provisor concebido en expresiones tan conminatorias y descompasadas, que le sof>revino un grave insulto para cuyo au· xilio fue llamado de pronto el cirujano Francisco Bravo. Comprenda ahora V. A. qué libre arbitrio y voluntad podían tener estos doctores y los demás que fueron comprendidos en los apercibimientos hechos personalmente por el promotor fiscal, y dígnese también reflexionar sobre el exceso de no haberse obedeci– do el decreto del Superior gobierno dejándose excluido al doc– tor León. Ya se ve que sólo por estos medios la elección fue no·
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