Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
276 MIGUEL MATICORENA ESTRADA las mandase retener en mi nombre, y me diese cuenta para pro– videnciar lo que me pareciese más conveniente. En este estado, y cuando yo me presumía tener arreglado este asunto, me hallé con un oficio del tribunal de la Inquisición, su fecha veinticuatro de octubre del año pasado de ochenta y seis, sobre que no habiendo pieza proporcionada y desocupada en las casas de su establecimiento para que se depositasen los cajones de libros en el ínterin que se reconocían, era indispensable se si– guiese la práctica antigua de permitir a los dueños o apoderados los llevasen a sus almacenes, encargándoles no procediesen a su venta o extracción hasta tanto que fuesen reconocidos por los comisarios de la Inquisición y del nombrado por este superior gobierno. Esta costumbre, que ha sido en mi sentir una de las causas principales que ha dado mérito a la introducción de tanto libro prohibido como corren por esta América, no me fue posible per– mitir continuase por más tiempo. Ella abre la puerta al comer– ciante para que, extrayendo la obra prohibida, ponga en su lugar aquella que trae la factura y está permitida, sin que en manera alguna pueda conocerse este fraude, con el cual quedan, por con– siguiente, inútiles todas las providencias anteriormente libradas sobre el particular. Para que así no sucediese, me vi precisado a pasar oficio al superintendente de real Hacienda, dándole parte de la pretensión del tribunal, y exponiéndole la causas que me impelían a no asentir a ella en modo alguno, le consulté sobre si en la real Aduana habría o no proporción de destinar alguna pieza donde se colocasen los cajones de libros, después que fuesen reconoci– dos por los ministros de aquella oficina, para que en ella se re– vistasen por la persona que yo había comisionado para el efecto. Facilitóse este medio, aunque a costa de no poco trabajo, co– mo podrá vuestra excelencia reconocer en la adjunta copia. El tribunal de la Inquisición, luego que tuvo noticia de esta deter– minación, pretendió hacer también sus reconocimientos en la mis– ma Aduana, a lo que asentí desde luego, ordenando asistiese por sí o por medio de sus comisionados inmediatamente que se le avisase hallarse algunos cajones en estado de reconocerse, pues no habían de existir éstos en aquella oficina más tiempo que el preciso y necesario para que se evacuase la diligencia y se evita– sen los perjuicios que de otra forma precisamente habían de sufrir las partes interesadas: de todo lo cual advertí al mismo tiempo
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