Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

JOSE BAQUIJANO Y CARRILLO 457 Excelentísimo señor. La habilitación de los mineros y el desagüe de las minas son dos objetos que deben protegerse en el Perú por todos los medios que dicte la ilustrada protección del superior gobierno; pues sien– do el principal o único fruto de este reino la extracción de sus ri– cos metales, todo lo que facilite el mayor acopio, es una conocida ventaja del Estado; pero los estorbos que se oponen al logro de tan importante fin no son menos considerables: al minero se le considera como un hombre que entregado al lujo, a la disipación y al desperdicio, no infunde confianza en el cumplimiento de su palabra, y por tanto destinado a contratar sólo con los que por su desbaratada situación lo arriesgan todo, en la esperanza de con– seguir el reparo de su decadente fortuna. Hombres de esta clase no pueden proyectar empresas que ne– cesariamente exigen repetidos gastos y crecidos fondos; y siendo de esa naturaleza el desagüe de las minas, sólo puede esperarse se habiliten las inundadas, por medio de compañías, que combi– nando el amor al bien público con el interés particular hagan cuan– tiosos adelantamientos para negociación tan arriesgada. Toda se cree serlo en la desopilación de las minas: los soca– vones (ya conocidos en España desde el tiempo de Aníbal en las minas de Cartagena, rindiendo la nombrada Bebulo por el nombre de su inventor tres mil escudos al día, por tener socavones el monte más de mil y quinientos pasos) ofrecen mil dificultades pa– ra el acierto; pues calificar la disposición del terreno, la distancia de la boca del socavón a los planes, y la mayor profundidad de éstos respecto de aquélla necesitan de unos conocimientos geo– métricos, hidráulicos que aun regladamente combinados, suelen frustrarse por no ser posible calcular ni prever las durezas ni otros accidentes que no se sujetan a la vista en las obras subte– rráneas. Las máquinas de desagüe fueron algún tiempo desacreditadas en México, por el mal suceso que lograron las que con el costo de más de cien mil pesos condujo de Inglaterra don Isidro Rodríguez de la Madrid; de modo que el consentador de las ordenanzas de minas al número 15 del capítulo diez y nueve se avanza a escribir: querer pensar que la maquinaria por medio de sus fuezas es ca– paz de agotar los veneros continuos de los montes es empeñarse en dejar burlado el afán y el sumo costo que demandan estos artes. Esta proposición del señor Gamboa se fundaba en la inmen-

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