Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

582 MIGUEL MATICORENA ESTRADA rrible operación de la Revisita, en la que quedaba el infeliz indio entregado a la rapacidad de los que habían logrado el nombramiento de jueces por una vergonzosa subasta, o por compensación de los más bajos servicios. Impendía la real hacienda 165 pesos en sus dietas y salarios: divídanse por los años de un quinquenio, y ese ahorro rebaja el déficit de 120.000 en 33.000 pesos. No por esto se deduzca que es mi opinión contentarnos con que es– temos a la par de entradas y salidas. Esta situación es muy menguada y pe– ligrosa. "La España será feliz, repetía el desgraciado marqués de la Ense– nada, si logra tener en los años de paz, cien millones, cien navíos y cien mil soldados". Deseo que proporcionalmente debe repetir cada gobernador, con atención a los fondos y circunstancias de sus provincias. Dije deudas particulares, porque este modo de hablar necesita el te– nebroso manejo de la real hacienda. Esta se distingue en tres clases. Primera. Masa general, que sufre los gastos de tropa, marina, situados de plazas, sueldos de oficinas, ministros y empleados. Segunda. Ramos remisibles, de los que se lleva cuenta separada; pues satisfechas sus pensiones se remite el sobrante a Europa. Tercera clase. Ramos ajenos, cuya inversión tiene ciertos y determi– nados objetos, y el líquido producto con su cuenta individual se dirige a la Península. Diferencia de que resulta la expresión inconsiderada de que la renta de tabacos tiene suplidos a la real hacienda 800.000 pesos y la de correos 200.000. En el plan no se alcanza esta diferencia; y si la deuda, como es de creer, es de esos ramos de masa común, no hay ni la urgencia, ni el déficit que se supone. El hombre cuitado que no tiene entereza para exponer sin disfraz su opinión y dictamen, deshonra al superior que le consulta, pues deja presumir que la virtud y la probidad no pueden manifestarse al descu– bierto. Digamos sin recelo, que no hay más que un erario; no patrimonio del rey, sino fondo de la nación, para distribuirse por orden del monarca en objetos de su prosperidad. No se escuche que este o aquel ramo es des– tinado para gastos de la corte, o para entrar en el bolsillo del rey. De esta ambigüedad en explicarse resulta sin duda, que en el plan que presenta a las cortes el señor Varea, asegure que el erario de este vi– rreinato satisfechas sus cargas, tiene un sobrante de tres millones de pesos: que no es de creer errase tanto en el cálculo un ministro de real hacienda que tenía a la vista los estados remitidos, y que habiendo servido algunos años la secretaría de este virreinato, poseía conocimientos experimentales de sus fondos y distribución; y de aquí también el que dijese a la corte el Excmo. señor Osorno en 1800, que se hallaba con un excedente de siete millones. No habiendo pues esos claros convencimientos de urgencia y necesi– dad, todo nuevo gravamen alarma al pueblo. El que lo propone y el que lo cobra se presenta como enemigo del ciudadano. Este defiende sus bie– nes como podría hacerlo contra un invasor. El fisco insaciable y ardiente, uniendo la actividad del poder a la del interés, persigue con cien manos lo que una osa ocultarle; y el monstruo que atormenta a todos los que empobrece, se complace de los delitos que se cometen y de las confiscacio– nes que aumentan sus riquezas. Podrá tenerse esto por un rasgo exagerado; mas por desgracia, es original y perfecto. Mas, Señor: se a segura que hay urgencia; y reunidos para calificar

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