Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo

JOSE BAQUIJANO Y CARRILLO 583 los arbitrios que se han propuesto, es necesario exponerlos con la posible rapidez. Todo poderoso, a quien desgracias inestimables le imposibilitan sos– tener el lujo que corresponde a su clase, obligado a nuevo arreglo de in– tereses, empieza lo primero, por la reforma de los gastos superfluos y de sola ostentación; disminuyendo después el número de sus domésticos, de– jando sólo los que sean necesarios, y acortando el salario a los que, buenos servicios, no permite abandonar. Tal es la graduación que clasifica el pe– riódico títulado Telescopio Político: sigamos la misma. SUPRESION DE EMPLEOS Que el erario no aproveche todo lo que percibe de los pueblos por el crecido número de los destinados a la cuenta, cobro y distribución de los reales derechos, es una queja repetida en todos tiempos. El ministró Llerena, cuya rápida elevación indignó a los buenos, extiende un prolijo plan de las rentas de España. De él resulta ser la entrada 616'295,657 reales; Y el total de todos los empleados 27,875, y los de sueldos 51.485,893 reales de modo que un doce por ciento se disminuía el total de los recaudados: rebaja más gravosa en Francia e Inglaterra. ¿Pero cuál es el medio de disminuirlos? En un papel irónico inserto en el acreditado periódico el Conciso, se dice: No pagarles salario en cua– tro meses. y todos perecerán de hambre. La ·equidad y la justicia rechazan iguales sacrificios; y el único modo prudente y reglado, está adoptado por las Cortes; reducido, a que en cada vacante que ocurra, se califique la necesidad o utilidad del empleo. De este examen puede resultar la nece– sidad de suprimir algunos en este Virreinato; pues es indudable que todas sus oficinas han duplicado las manos auxiliares después de la separación de las provincias de Buenos Aires, siendo mucho menos las operaciones; y éstas, como se asegura de notorio, notablemente atrasadas, pues en el día se están glosando las cuentas del año de 807. El fiel desempeño de los empleados en rentas, se nombra con impro– piedad arbitrio, pues es sólo el recuerdo de la puntual observancia de las leyes, y del estrecho cumplimiento de sus obligaciones. Se ha hecho tan ge– neral este desorden, que la corrupción nos hace olvidar su origen. No es otro que la inmoralidad de nuestras costumbres, y la indiferencia con que vemos reunidos en muchos empleados el deshonor con los honores. Es un imposible exterminar las intrigas del fraude. El legislador más ·fecundo, el más infatigable, no podría remediar todos los males: moderarlos por el te– rror de la pena, es a lo más que puede aspirarse. La infamia y el abatimien– to persiga con inflexible severidad al delincuente. No se vea a un vil em– pleado, a quien la censura pública condena a la execración por su vil ba– ratería, insultar al pueblo con su orgullosa opulencia, y continuar tranqui– lo en el mismo destino que le facilita proporciones para el desarreglo. Estrechándome pues a los arbitrios propiamente que han propuesto, yo hago sobre ellos estas breves observaciones. TABACO Extinguir el Estanco no es posible. Los diputados de América lo han

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