Los ideólogos: José Baquíjano y Carrillo
66 MIGUEL MATICORENA ESTRADA ra; espera en esta angustia a que el tiempo restaure sus sagrados derechos, y que destruido el ídolo, le fabrique el trono de los si– glos futuros. Entonces con placer rompe las cadenas que la tienen cautiva; vuela a ocupar el solio de su imperio, y tomando en ma– no la incorruptible balanza, cita a su tribunal al Principe y al Pa– negirista. Examina en aquél la justicia del mérito; pondera en és– te la de los aplausos, y en un mismo decreto (2) desautoriza al uno degradando la falsa grandeza, e infama al otro perpetuando el oprobio de su adulación. [2] No tema V. E. ese 3mc10 severo: él repondrá a su fa– ma nuevo lustre; nuevo esplendor añadirá a su nombre. Si, inexo– rable el Juez (3) sin interés que pueda corromperlo, sin la ilusión con que previene la autoridad, ni los prestigios que forman las pasiones, correrá en V. E. la serie de su vida; y en ella, ¡qué di– latado campo a su investigación! ¡qué fértil de virtudes! ¡qué de ejemplos en él de probidad! Oh! y cuánto sorprenderá su admira– ción esa heroicidad de alma, que desnudándose del mérito here– dado, sólo estudia en adquirirlo por su industria su fatiga y su esfuerzo; ese espíritu invicto, que entre el destrozo, y lamentables trofeos de la muerte, ha sabido tranquilizar el corazón, y soste– nerlo; esa noble ambición de corresponder con ventajas a los do· nes que ofrece, y nos franquea la patria; ese fondo de modera– ción, que hace sufrir con afabilidad la desagradable relación de las miserias, esa vigilancia activa y circunspecta, que sin los ries– gos de la precipitación o lentitud, asegura en los designios los su– cesos, esa admirable unión de clemencia y rigor, que equilibra las fuerzas de la ley con las debilidades de la humanidad, esa cons– tante aplicación al cumplimiento de las obligaciones, en que se sa– crifican al bien público los inocentes, y necesarios ocios de nues– tra condición, ese valor expuesto siempre sin ser ferocidad, esa dulzura sin que llegue a bajeza, ese silencio sin que toque en en– gaño, esa verdad sin ser jamás ofensa, esa justicia, en fin, que se– rá el sello que grabe, autorice y recomiende la favorable sentencia del proceso . [3] Ni tú, Real Academia, receles que esta acc10n, en que proclamas gozosa las virtudes de un príncipe, que protector de tus derechos, se permite a tus votos en todo el esplendor de la (2) Suum cuique decus posteritas rependit. Tácito Ann. 4. (3) Famam, liberrimum Principum iudicem. Sen. ad Mart. c. 4.
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