Los ideólogos: José Faustino Sánchez Carrión
354 AUGUSTO TAMAYO VARGAS ~ CESAR PACHECO VELEZ no deben entrar, como medio de resistencia para afianzar el objeto propuesto, hechos particulares; porque una vez establecido aquel, sería una desgracia tener que recurrir a éstos. Ahora bien: debili– tada nuestra fuerza, y avezados al sistema colonial, cuya educación debe habernos dado una segunda naturaleza ¿qué seríamos? ¿qué tendríamos? ¿cómo hablaríamos a la presencia de un monarca? Yo lo diré: seríamos excelentes vasallos, y nunca ciudadanos: tendría– mos aspiraciones serviles, y nuestro placer consistiría en que S. M. extendiese su real mano, para que le besásemos: solicitaríamos con ansia verle comer: y nuestro lenguaje explicaría con propiedad nuestra obediencia. ¿No es amo el monarca en boca de las clases más distinguidas? No nos deslumbremos, por el sacro amor que nos merece la patria, con instituciones pomposas. Restablezcamos en todo su explendor la dignidad de hombres propiamente tales; que tiempo hay, para que la virtud, el talento, la sabiduría, y las haza– ñas formen distinciones. No olvidemos, de que la mano regia es demasiado poderosa, y que quien Jlega a sentirla en toda extensión, no tiene persona, no conoce propiedad, no siente en sí el mágico impulso de la libertad.' Estas prerrogativas solo se conservan por los que están habituados a defenderlas, y de hecho las defienden perennemente con la eficacia de su carátter, librado en las institu– ciones populares. Si el hombre en sociedad ha asegurado us preemi– nencias naturales no por eso ha perdido su tendencia a usurpar las de sus socios. Toda la dificultad está en el buen éxito; y seguro de este, nada teme. Así que, la oportunidad de oprimir solo depende de la ineptitud de resistir; y a la manera que en el estado natural, ella consi5te en la debilidad física, en el social nace de la flaqueza civil. ¿Cómo nos defenderíamos de la real opresión, si poco dies– tros en el ejercicio de nuestro derech s, no hemos sabido más que obedecer ciegamente? Un trono en el Perú sería acaso más despó– tico que en Asia, y asentada la paz, se disputarían los mandatarios la palma de la tiranía. No tiene duda. El orden moral sigue la misma conomía que el físico; y al modo que en un cu rpo elástico, largo tiempo com– primido, llega a entorpecerse su fuerza expansi a, tanto que nece– sita nuevo y vigoroso estímulo, para restituir e con u ener ía primitiva, si se le vuelve a oponer obstáculo: así la libertad, ó 1 el conato a ella, sofocado por entenares de años exige un agente poderoso que la excite vivamente, y tal como debe quedar para man– tener la actividad de su resorte. C nvl ne, pue , que p r repetidos ejemplos nos conv nzamos de que somos realmente libres: que sa– cudamos las afecciones serviles: que nos desperecemos del profundo
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