Los ideólogos: José Faustino Sánchez Carrión

JOSE FAUSTI NO SANCHEZ CARRION 355 sueño, que ha gravado nue tro miembros: que nos saturemos en fin de libertad. Y por cierto, que una testa coronada llenará per– fectamente estos empeños; cuando por una fatal experiencja sabe– mos, q'ue ser rey e imaginarse dueños de vidas y haciendas, todo e~ uno; que los pueblos son considerados como por de estas divini– dades, y que su ind.ustria y su trabajo deben convertirse en su grandeza. Pero, lo que es más doloroso, los mismos vasallos llegan a persuadirse de esto, por la práctica de hincar la rodilla, por la espectación continua del soberano tren, y por los funestos halagos de una corte imponente, y corrompida. Pues aún hay más: los súb– ditos llegan a convertirse en propio derecho el vasallaje, alarmán– dose contra su hermanos, que, por una particular fortuna se atreven a reclamar sus fuerzas en medio de la esclavitud. No nos elevemos obre la hi toria de nuestros días. Los e pañoles de piertan de su letargo; creen afirmadas sus libertades con su carta con titucional; la sombra de Padilla vaga por todas partes; y la memoria de Ron– quillo es detestada. Sin embargo, viene Fernando al trono, sabe que su nación se lo ha conservado; y tanta lealtad, y sacrificios tantos, se remuneran con el venerando decreto de 4 de Mayo, con la espantable persecución de los padres de su patria, con la execución de los valientes, que lo habían arrancado de l~s garras de la águila francesa. Y ¿con quién contó este déspota para tamaños atentados? Notorio es, que con los mismos españoles en quienes se había des– virtuado enteramente el sentido íntimo de la libertad. Con la opi– nión de ellos, y con sus brazos sumerge de nuevo el reino en el abati– miento : seis años transcurren para q·ue se reanimen Quiroga y Riego. Restitúyese el goce de la constitución; pues todavía hay ser– viles que pelean por derogarla. ¡Qué destino el de los hombres! Las sencillas palomas nunca se avienen con los milanos, huyen cuanto pueden de sus asechanzas; pero nosotros nos diputamos la glorja de rellenar con nuestra sangre un estómago real. Las ov jas toda– vía no han celebrado convenciones con los lobos; pero los racionales vendemos nuestr s juros, concedidos por la naturaleza a los que se titulan soberanos. Admírase a Esaú vendiendo su primogenitura por un plato de lentejas, y no se extraña ver a la imagen de Dios, dando gracias por la servidumbre, que sobre su frente le ha mar– cado un cetro. Parece que e nue tra herencia la bajeza. Se cae la pluma de la mano, al reflexionar cuanto han trabajado las genera– ciones por esclavizarse, y cómo millones de hombres han descendido al sepulcro, sujetos duramente a la voz de una dinastía reinante. ¿Y erá posible, que igual suerte toque a las opulentas regiones del Perú, cuando con solo tornar la cara al Norte vemos abierto

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