Los ideólogos: José Faustino Sánchez Carrión

JOSE FAUSTINO SANCHEZ CARR ION 361 enemigos la pueden atacar a su salvo y sin el temor de que su conducta sea acriminada? ¡Qué absurdo! Los hombres no son co– ?Tompidos ni infelices, sino po1·que ignoran casi siempre la verdad y porque casi todas sus instituciones conspiran a ocultarla. Nadie puede dudar de que la Inquisición política es uno de los obstáculos má fuertes contra el descubrimiento de la verdad. Nadie tampoco duda q·ue el error, la ignorancia y las preocupaciones on el ma– nantial de todos los males morales de un Estado, y de la perversi– dad de sus individuos. Para descubrir la verdad, y para curar ta– maños males, es necesario recurrir al m'todo dirimetralmente opue"' – to. Los que e valen de informe secretos, no adoran la verdad y la justicia, adoran sólo su apariencia y su exterioridad, para fas– cinar y para justificarse co11 la muchedumbre. La Inquisici 'n políti a erá siempr~ la llave maestra del des– poti mo; más arbitraria aun que la Inquisición religiosa, que no tiene otras fórmulas que creer al más superior; puede atropellar, desconceptuar y echar por tierra a cualquier ciudadano, sin que 1 desgraciado sepa jamá cuál es el motivo de su perdición. De– jarla subsistir es querer que los hombres vivan sin leyes, o que estas no ofrezcan su protección en todos los casos; es ofrecer me– dios de venganza a los resentimientos; finalmente, es introducir la desconfianza, y la pasiones todas, que de ella han de nacer. No debe haber jamás castigo sin juicio, juicio sin proceso, ni proceso sin fórmulas. Obrar por un método diferente sería una injusticia, y una inj u ticia tal, que arredrando a todo los buenos, no sirva ni para contener ni para corregir al delincuente. Es privar al inocente de todos los medios de defensa y al benemérito patriota de lo medios a que se ha hecho acreedor. Las leyes deben ser tales, que todos los interesados en un ne– gocio puedan er y examinar por sí mismos cualesquier expediente, e impedir que los magistrados busquen la verd.ad entre las tiniebla , en donde se oculta casi iempre, y en donde con el pretex.to d2 buscarla no consultan otra voz que la de sus pa iones, o la de infa– mes delatores y e pías. ¡Infeliz el Estado que se sirva de eme– j ante instrumentos, que sólo aprovechan para fomentar la injus– tkia y la tiranía! ¿Cuál será el americano que ignore las fune ta" consecuencias de la delación y espionaje, compañeros in eparabl de los informes secreto ? ¿Quién podrá prometerse con eguir j us– ticia, cuando tenga que q'uej arse de un tribunal, un magi trado, un jefe, o un funcionario, y la d cisión de su queja ha de recaer en virtud del informe dado por aquel mi mo que e supone autor d 1 agravio? ¿Qui 'n podrá prom terse ver premiados sus servicios,

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